Antoni Badia, el promotor de la primera línea férrea de la península, la de Mataró-Barcelona murió de neumonía por culpa de las guardias nocturnas que tuvo que hacer para defender su obra de los saboteadores.
Los detractores argumentaban que era una máquina que se alimentaba del fuego del infierno, que las chispas acabarían con los campos de maíz, que el humo mataría todos los pájaros, que la maquinaria se lubricaba con grasa de bebé o que los impulsores eran unos oscuros señores de las sombras, los Soros y Bill Gates de la época.