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jueves, 22 de noviembre de 2012

Clara (M.800)

El tratamiento en Palo Alto duró seis semanas. Al volver a casa, aún convaleciente, una de las primeras visitas que recibió Clara fue la de Mario.

- ¿Que haces aqui? - La modulación deliberadamente reposada de ella no invitaba a la cordialidad.
- Vine a ver como estabas - De entrada, él trató de ser educado.
- Ya lo ves; dentro de lo que cabe, bien. Ha costado mil esfuerzos y todos  mis ahorros, pero conseguí curarme.
- Me alegro mucho, de verdad. Me gustaría saber si puedo hacer algo por ti.
- Irte - Clara había meditado unos segundos la respuesta, pero ya la tenía en mente desde hacía semanas - Prefiero no verte.
- Pensé que, a pesar de todo, podríamos ser amigos - Esta vez, el tono de Mario se iba afilando. Cuando las palabras se afilan, al final se nos clavan.
- Mira, Mario, es inútil tratar hipócritamente de continuar algo que ya no existe. Sólo nos haríamos más daño.Ya te lo he dicho, prefiero no verte,al menos en un tiempo.
- Esto es muy injusto por tu parte, sobre todo después de todo lo que hice por ti.
- ¿Todo lo que hiciste por mi? Yo te diré lo que hiciste por mi; huír cuando más te necesitaba. Sacarte de encima el lastre para tu vida cómoda que era yo.  En una palabra, abandonarme.
- Tu sabes lo mal que me lo hiciste pasar - Mario no lo pronunció como un enunciado, si no como un reproche. Realmente había sufrido mucho a causa de los cambios de carácter de Clara.
- Estaba enferma, cretino. A las personas que quieres no las abandonas cuando enferman - respondió bajito, despacio y aspartamizando todas las letras con el rencor que necesitaba liberar.
- Preferiste ese tratamiento raro en lugar del convencional, creí que no querías curarte, que no podrías.
- Ya ves que si. Nunca confiaste en mi - ahora era ella la que disparaba reproches-  Ahora, por favor, vete. Estoy aprendiendo a vivir sin ti y si estás por aqui me costará más de lo que quiero.
- Como quieras. Que te vaya bien - y abandonó la habitación sin mirarla siquiera, un feo gesto que era muy común en él.
- A ti también te lo deseo, ca-ri-ño - en cada sílaba de la última palabra que le dirigió a Mario repartió proporcionalmente todo el resentimiento que le quedaba, liberándose asi de esa negativa carga.

Cuando en un diálogo se combinan altanería por un lado y orgullo por el otro, es difícil que éste llegue a buen puerto. Mario, de todos modos, era incapaz de ponerse en el punto de vista del otro con la facilidad con que lo hacía Clara, quien antes se dejaría cortar una mano que agachar una mirada.

Cuando se hubo ido, Clara recordó la tarde junto a la playa en la que él le puso el anillo de pedida y en la que se adelantaron a los votos matrimoniales, como en un juego; en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. En la enfermedad... Sonrió amargamente al recordarlo. ¡Con que facilidad algunas personas se creen sus mentiras y con que impunidad nos las clavan!

Llamó a su madre para que le descorriese las cortinas.  A esa hora el sol entraba directamente por la ventana de la habitación y le gustaba sentir su calidez en el rostro.  Cerró los ojos, concentrándose en la subida de temperatura de la piel de su cara. Al menos, la relación con Mario le había servido para deshacerse de los tres hábitos que más daño le hacían y, en ese sentido, algo muy bueno había sacado de todo ello.

Eso si que se lo iba a agradecer toda la vida.  En silencio, claro.  En el hipotético caso de que se le ocurriese hacerlo de viva voz se iba a ver obligada a escuchar otra batería de reproches y estaba cansada de ellos. Por muy merecidos que fueran, la repetición una vez y otra vez de las mismas lamentables anécdotas era una tortura inmerecida. Las personas que no son capaces de perdonarse a si mismas tampoco pueden hacerlo con los demás.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Clara (M.031)

Amar es una mierda, pensó Clara, que tenía un agujero negro bombeando la sangre de su sistema circulatorio.  Sobre todo cuando sistemáticamente te enamoras de la persona equivocada.  Tantas veces había decidido ser racional y tantas veces el corazón ignoró la lógica, que ya no sólo le dolía en el ánimo.  Hasta el cerebro se sentía ofendido y se le rebelaba en forma de jaquecas.

Esta vez era la definitiva.  No se podía apostar tanto a una carta, con tan pocas posibilidades de que saliera y haber metido todas las monedas que tenía.  Otra vez.  Hay que ser masoca o gilipollas.  O humano, que resume las dos anteriores palabras.

A pesar de que el día, la semana y el mes carecían de sentido, Clara se arregló como si fuera sábado por la noche y salió de compras.  No iba a gastar un peso, pero no importaba.  El caso es que el resto de sus congéneres no notaran debilidad en ella.  El ser humano tiene una facilidad pasmosa para hacer carnaza del frágil.


jueves, 6 de septiembre de 2012

Clara (M.241)

Fingir que estás bien es muy sencillo.  Sobra química en las farmacias para ello y la mayoría de médicos de cabecera tienen una sobrecarga de trabajo demasiado grande como para arriesgarse a no emitir una receta de antidepresivos.  

La posibilidad de que un paciente cometa una tontería autolesiva que les pueda costar el puesto o una demanda por mala praxis, es un lastre muy grande a la hora de tomar la decisión correcta acerca de la prescripción adecuada para las dolencias indefinidas que suelen presentar la mayoría de pacientes, dado el poco tiempo que disponen para un adecuado diagnóstico, así que Clara tenía un surtido generoso de pastillas para el ánimo en su botiquín.

Cuando Luis llegó para recogerla, no interpretó correctamente el brillo alegre de sus ojos.

- Te veo estupenda...
- ¿Que te creías? - y le besó largamente en la mejilla.

A pesar de la escayola que aún cubría su pierna y su brazo derecho hasta el hombro, Clara insistió en ir en moto.  Los miedos sólo se vencen enfrentándose a ellos.

- No corras, por favor - murmuró, apretándole suavemente el brazo.

Clara (M.099)

Los primeros kilómetros transcurrían a la vera de la carretera nacional, un auténtico aburrimiento, un sinsentido para el nombre de la ruta.  Clara no tenía muy claro a que había venido al Camino, pero no era para eso.

Le asalto la ansiedad ante la posibilidad de estar perdiendo el tiempo y paró dos veces a desayunar.  En cada una de ellas le envió al espíritu un par de generosas dosis de licor de hierbas, antes de colgarse la mochila de nuevo, agarrar los bastones de marcha y seguir colocando un paso detrás de otro. Durante la hora siguiente avanzó bajo el mismo monótono transcurrir, donde las limitaciones de velocidad expuestas para los vehículos a motor parecían burlarse de ella.

Cuando pensaba seriamente en tomar un ansiolítico, se terminó el asfalto y el Camino estalló ante ella, de repente, con toda su generosidad.  Los colores de la primavera eran una melodía perfecta ejecutada por innumerables músicos.  El silencio, absoluto, sabía igual de sorprendente como el primer beso que recibió a los quince veranos.

Cerró los ojos e inspiró profundamente.  Pudo distinguir el olor a tierra mojada, a vides y a campo y se tranquilizó al comprobar que la disociación de sensaciones no era total. Al volverlos a abrir, llenos de lágrimas, notó una sensación de libertad que no había sentido desde hacía lustros. La aventura empezaba a tener sentido.

Cuando su alma dejó de temblar en demasía, volvió a poner un paso tras otro, sin prisa. Aún quedaba mucho por caminar, pero los minutos anteriores habían cambiado su vida por completo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Clara (M.207)

La brisa del mar impregnando el aire que entraba por la visera entreabierta del casco hizo que cerrara los ojos, para poder disfrutar más intensamente de tan vivificante sensación.  En ese preciso momento de feliz abstracción, su centro gravitatorio se desmoronó y Clara se encontró arrastrando por el asfalto.  Instintivamente, abrió piernas y brazos, tratando de maximizar la resistencia y repartir la abrasión, tal y como había ensayado tantas veces en su imaginación, por si alguna vez sucedía lo que entonces estaba ocurriendo.

Julio pasó milagrosamente entre dos soportes del guardarraíl, pero ella impactó de lleno en uno de los postes en forma de H, a la altura de la cadera y sintió como si se hubiese partido por la mitad.  Después de respirar profundamente varias veces, intentó mover los dedos de los pies y los de las manos y suspiró aliviada al sentir ambos.  Al menos no se había roto la columna.  Afortunadamente, muchas veces las sensaciones primigenias no se corresponden con la realidad. Estando en ese estado de alivio transitorio, perdió la conciencia. 

Cuando recuperó el sentido, sintió mucho frío y no fue capaz de reconocer la amable mirada que encontró frente a sus ojos.

martes, 4 de septiembre de 2012

Clara (M.188)

La muerte de alguien querido siempre desorienta.  Muchas veces es por ese absurdo sentimiento de posesión que tenemos hacia las personas y las cosas.
Las personas no nos pertenecen, así que llorar su pérdida es puro egoísmo.

En esa mañana de mayo en la que Roni decidió que no quería vivir más, Clara se sintió muy egoísta porque la pérdida de su mejor amigo le había provocado una hemorragia de tamaño sideral en el alma, que iba a costar mucho tiempo taponar. Por momentos, odió a Roni por haberse rendido sin pedirle ayuda, antes de sumirse en un largo letargo emocional.

Durante todo el mes de mayo, Clara ni siquiera fue capaz de sostener un pincel entre sus dedos, a pesar de los cientos de cuadros que se proyectaban en su mente pidiendo, a gritos, ser pintados.

Clara (M.770)

A Clara le gustaba sacar a pasear a Terry sobre la una, cuando la mayor parte de bares ya estaban cerrados, pero quedaban las terrazas puestas. El fantasma estaba sentado en todas las mesas que compartieron juntos, pero cada día que pasaba, su imagen tenía menor nitidez.

A pesar de ello, Clara no quiso esperar a que se desvaneciera del todo y  decidió pintar un retrato suyo.  Diez días después, ya terminado, lo envolvió como para regalo y lo escondió detrás del sofá.  Desde esa noche, el fantasma ya no se volvió a sentar en las mesas vacías de las terrazas en las que Terry enredaba.

Clara pospuso hasta la siguiente limpieza general, en Navidad, la decisión de que hacer con el cuadro. Entonces sería más fácil deshacerse de él.

martes, 17 de agosto de 2010

Microrrelatos 1.11



Poseo al Mundo, ahora, detenido frente a mi,
en esa especie de jodida ventana...
Pero no lo puedo tocar...
Parpadea delante de mis ojos...
pero no lo puedo ver...
Suena como un vaso roto...
pero no lo puedo oír...
Baila, a mi alrededor...
y yo no me puedo mover...
Son amargas semillas de una utopía olvidada,
sombras del espejo vital...
Olas en un ardiente mar rojizo...........

El mundo rota a mi alrededor
inundándome
Y no me puedo mover...
Y no me importa
ni donde estoy
ni en lo que me volví...
No me importa....

Mierda... Estas pastillas son excelentes. Por un rato me había olvidado de que tengo que matar a alguien. Bueno... Habrá que ponerse a ello...

domingo, 13 de junio de 2010

Microrrelatos (1.7)




Por muchos idiomas que conozcas, cuando te cagas en la puta madre de alguien, de verdad, lo haces en tu lengua materna. Espero que ni Bauman ni el Ingeniero sepan húngaro, porque tendríamos un problema. Bueno, lo tendrían ellos.

Ya es bastante monótono el transcurso del tiempo para que, cuando algo sucede, no lo compartan. Cuando me cagué en su puta madre, en voz alta, Baumann me miró con incredulidad. El ingeniero me oiría, pero no me escuchó. Como todas las mujeres de mi vida. Siguió a lo suyo con el maldito panel de comunicaciones. ¿Que coño estaría tan nervioso? ¿Por que coño no querrá enseñarnos lo que trajo de fuera? Por que estoy seguro que trajo algo... Maldits técnicos...

Cuando le propuse a Baumann lo de fabricar un pequeño espacio de intimidad, se rió y me dijo: "¿Para que quieres intimidad, pajillero? "Y se volvió a reir. Me cago en el sentido del humor alemán y lo solté: Én szarni a kurva anyját... Se le cortó la risa.

Me desabroché el arnés y empecé a flotar. La sensación de ingravidez es de las mejores que he experimentado nunca. Esa y la de la segunda cerveza fría, en verano. No sé con cual me quedaría. Me dirigí al almacén científico, ignorándoles. Tampoco me importaba demasiado llevarme bien con ellos. No iban a volver. Y probablemente, yo tampoco.

Ya da vueltas, la vida, ya. Yo, que viví en 8 países, que fuí el mejor profesor de sociología del 85, metido en un bote de Coca-cola espacial, con una asquerosa misión. Todavía me pregunto por que llegué a aceptarla. ¿Que coño hago aqui, pudiendo estar en medio de La Pampa, en mi ranchito, tan tranquilo? Tengo que tomar algo. Creo que me va a estallar la cabeza...


Microrrelatos 1 es una Producción Argentina-California-Galicia.

domingo, 30 de mayo de 2010

Microrrelatos (1.4)



Sukovsky suena a apellido judío y los judíos no van al espacio. Así que me lo cambié por el de Baumann antes de entrar a trabajar en la DLR, el Centro Aeroespacial de Alemania. Volar muy lejos de la tierra siempre me atrajo. Las verdaderas experiencias emocionantes, las que valen la pena de verdad, son las que pueden terminar muy mal.

Nunca fui un trepa de carrera, así que progresé muy lentamente en el escalafón. A diez años de jubilarme sólo comando patrulleros o naves científicas. Tampoco pretendí llegar más lejos. Es un trabajo cómodo y bien pagado que permite que mi familia viva bien. Y cada vez que aterrizo de nuevo en casa, es como volver a empezar con Sandra, mi mujer. He estado, a veces, hasta 18 meses fuera de casa, así que cuando regreso es casi como si nos acabaramos de conocer. Un eterno noviazgo de 6 meses y vuelta a desaparecer.

Al principio fué muy duro. ¡Cuanto llegué a echarla de menos!. Hasta pensé en pedir un puesto permanente en tierra. Pero el espacio es como África. En cuanto has estado una vez, tu espíritu te pide volver cada poco tiempo. Si no lo haces, sientes como si te faltara algo. Con los años te acostumbras a todo. Es el quid de la evolución humana; adaptarse.

Supongo que ella tendrá un amante o varios, quien sabe, para cuando no estoy. No me importa y lo entiendo. Con tal de que me siga queriendo y me sea fiel cuando estoy en tierra, lo que pueda hacer cuando no estoy, hace tiempo que dejó de torturarme. No tiene sentido. Mientras sea discreta y los niños no se den cuenta, todo perfecto. Por mi parte... ¿que coño puedes hacer en el espacio con una erección?. Esperar a que se pase, que remedio. Aqui, la intimidad no existe.

El ingeniero acaba de volver de su paseo exterior para revisar la jodida antena de radio. Tiene nombre y apellidos, el tipo, pero en una nave siempre es el Ingeniero. Hace media hora que está trasteando en el panel de comunicaciones. ¿que coño habrá visto fuera que le tiene tan excitado?

Y las señales desde el cuadrante b-23 noroeste no cesan. Si no fuera por que nadie utiliza el código Morse desde hace más de 30 años, pensaría que nos están mandando un S.O.S...

Microrrelatos (1.3)

Cronicas Urbanas publica el tercer capítulo...

viernes, 28 de mayo de 2010

Microrrelatos; éramos pocos...

... parió la abuela. A la nave se querido subir Crónicas Urbanas. Así que esto va a ser un ménage-a-trois. Oxnard, California - Miño, Galicia - Mar de Plata, Argentina.

Tampoco nos conocemos en persona con Crónicas. Ya hace curiosos compañeros de viaje, esto de la internete...

viernes, 7 de mayo de 2010

Microrrelatos (1)



Las retorcidas nubes blancas y las sombras sin fin del azul del océano provocan que el zumbido de los sistemas de la nave, el parloteo de la radio, e incluso tu respiración, desaparezcan. No hay ni frío, ni viento, ni olor que consigan que te sientas conectado a la Tierra.

Durante un inmenso instante, puedes llegar a ser consciente de que Dios lo es todo o, por el contrario, que ni siquiera tiene sentido su existencia. Sentir que todo es tan pequeño e infinito a la vez llega a ser tan normal, que esa sensación te puede producir una angustia absoluta o una tranquilidad extrema.
Podemos ser tanto y tan poco al mismo tiempo.

Tengo que salir al exterior. Hay que revisar la antena de radio. Recibimos señales desde el cuadrante b-23 noroeste y eso es imposible. Ahí no hay ningún asentamiento de vida conocido.