El apellido Sackler está grabado en letras manuscritas con caligrafía inglesa sobre pulidas placas de bronce clavadas a la entrada de museos, universidades y fundaciones benéficas. Todas las grandes instituciones han aceptado el dinero de los Sackler.
Mientras tanto, en los cementerios de todo el mundo reposan inquietos millones de ataúdes. Contienen cadáveres que llegaron hasta allí después de una sobredosis de opiáceos o por culpa de sus efectos secundarios.
Detrás de esa historia de éxito empresarial se encuentran de nuevo los dos factores que hay detrás de la mayoría de imperios económicos: la codicia unida a la falta de escrúpulos, amparados por ese ente todopoderoso conocido como "el mercado".
Lo llaman así intentando emular un bucólico conjunto de puestos de madera llenos de mermelada de arándanos y cinturones de piel flor ribeteados con tréboles de cuatro hojas, desperdigados por las inmaculadas calles empedradas de un pueblo de los Alpes. Pero no, amiguis, eso de ahí afuera no es un mercado tirolés. Es la Jungla.
Para acumular su inmensa fortuna, Richard Sackler, un psicópata de manual, se valió de una multitud de sicarios igual de inmundos que él, codiciosos y carentes de empatía, que actuaron como prostitutas sifilíticas que follaban sin condón a pesar de conocer su enfermedad y sus consecuencias.
Porque sí, los médicos y los comerciales de la cadena de ventas actuaron como camellos de moral mezquina, vendiendo heroína en pastillas a sabiendas de cuales eran sus efectos secundarios. Total, drogadictos habrá siempre.
Para aplacar posibles conatos de integridad aderezaron el tráfico regalando mullidos peluches de regalo, el símbolo de la inocencia, y jugosos bonus trimestrales como reconocimiento del éxito profesional. A esos depredadores, a los que no les importa su entorno porque ellos solo aspiran a entrar como sea en uno mejor, se les compra fácil, sólo hace falta la cantidad adecuada de dinero.
La historia viene muy bien explicado en la serie "Medicina letal".
En Estados Unidos ya es una epidemia y aquí está empezando. Lo puedo contar porque sé lo que es no poder vivir sin el fentanilo, porque el dolor te impide salir de la cama. Tampoco con él, la lista de efectos secundarios es incapacitante porque te aparta de la gente que conoces, no quieres que te vean; fatiga extrema, hipertensión, incapacidad para concentrarse, problemas para regular la temperatura corporal, perdida de sensibilidad en los dedos, insomnio, estreñimiento... Todo junto.
Mi esperada cita para neurocirugía me la darán en marzo, si tengo suerte. "Siendo agorero", me dijeron. Treinta años cotizados con el sistema para esto.
Votasteis tanques, hijosdeputa, mientras a vuestro alrededor desmantelan la Sanidad pública. No os importa porque aún podéis pagar diez euros por un melón, pero el día que os llegue el turno no busquéis empatia por aquí porque probablemente se me habrá acabado. Es otro de los efectos secundarios.
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