lunes, 9 de marzo de 2020

Polarizados y agotados.



Los diferentes grupúsculos que dirimen los destinos de la humanidad a su conveniencia, cada uno en su nivel, le han llevado siempre una  ventaja de varias décadas al resto de la sociedad, les va el pan en ello.  Cuando los más espabilados del rebaño se dan cuenta de las estrategias de control de masas que están usando las élites dominantes con ellos, estas ya han quedado prácticamente obsoletas (aunque aún se siguen usando un tiempo para mantener entretenidos a los más reaccionarios con la forma en la que funcionan las cosas en el mundo, con el Sistema) mientras se ponen en funcionamiento los nuevos métodos que se utilizarán para que todo siga estando como está, con los mínimos cambios posibles.  En eso consiste el Sistema, en que nada cambie.

Hay dos formas eficientes de hacer que el rebaño se mueva al unísono en una dirección; la ira y el miedo.  Con la ira se empiezan las revoluciones; con el miedo se contienen.  En la sociedad actual es muy difícil que un grupo suficientemente numeroso acumule ira en una misma dirección para empezar una revolución porque el Sistema se ha encargado fehacientemente de tener a la sociedad tremendamente atomizada mediante la creación de múltiples dicotomías enfrentadas entre sí.

A principios del siglo XX, la clase trabajadora tenía claro quienes eran ellos y quien era el que los oprimía; la alta burguesía y el Estado.  Así, mediante la lucha en la calle, se consiguieron numerosos avances sociales, a pesar de las diferentes formas de actuación que podían proponer anarquistas, comunistas o socialistas.  Pero todos tenían claro quien era el enemigo principal y sabían que era una lucha de "los de abajo" contra "los de arriba" y ni los infiltrados, ni los alborotadores pagados por el empresariado para provocar represalias por parte de los sindicalisas que conllevarían las subsiguientes represalias por parte del aparato de seguiridad del Estado.

La represión era el arma más utilizada para contener a la clase trabajadora, por encima de la división, porque los intentos que se hicieron en este segundo sentido fracasaron estrepitosamente.  La lista de muertos de la lucha obrera es muy larga.  En todos los países hubo mucha gente que contribuyó con su vida a la mejora de la calidad de vida de todos.

Luego se inventó el cuento de "izquierdas" y "derechas" y se convenció a parte de la clase trabajadora de que podían ser de derechas, haciéndoles creer que eran clase media o pequeña burguesía y enfrentándolos a los de "más abajo"e infundiéndoles miedo suficiente como para que pensaran que podían perder los pocos privilegios que tenían, que tienen. No hace tanto, España estuvo partida en dos por una guerra civil y sus consecuencias, que hoy día aún se arrastran, aún dividen a los españoles.

Como la represión ha dejado de ser una forma efectiva para contener a los que quisieran cambiar las cosas para que les fueran mejor, el Sistema ha optado por la división; el antiquísimo (pero eficaz) "divide y vencerás". Hoy en día se hace mucho hincapié en las diferencias entre las personas, más que en las coincidencias, que siempre suelen ser un número mayor.  Basta con encontrarle al vecino una característica antagónica a alguna de las nuestras para que dejemos de mostrarle confianza. Sin confianza, no hay unión.

De este modo, se divide a la sociedad entre "los de aqui" y "los de fuera", rechazándose con vehemencia a emigrantes en los países que más emigraron históricamente (España e Italia son dos claros ejemplos). Luego, a "los de aqui" se les divide entre catalanes y españoles (obviando a los catalanes que se sienten españoles o a los españoles que simpatizan con el catalanismo), rojos (todo lo que esta a la izquierda del espectro político de la socialdemocracia) y fachas (todo lo que está a la derecha de esta), madridistas (reduciendo los equipos de Madrid a uno solo) y antimadridistas (la antagonía clásica para los merengues era con los barcelonistas o los atléticos), feminazis y machirulos (intentando que los calificativos sean de lo más denigrantes), una segregación que implica, en la prácitca, a enfrentar a hombres y mujeres, etc.  Seguro que a quien lea estas líneas se le ocurren más, dependiendo de dónde viva.

No hay ninguno de los partidos u organizaciones sociales históricas que pueda, hoy día, aglutinar a la clase trabajadora (el 85% de la sociedad, si contamos con los jubilados y los hijos que dependen de la nómina de sus progenitores); el sistema los ha comprado o corrompido.

También ha conseguido que una parte de los trabajadores  se alinee incomprensiblemente con los partidos de derechas, después de haberles infundido miedo suficiente como para que vean a personas de su mismo entorno social y laboral como enemigos, cuando no se trata realmente de una lucha de izquierdas contra derechas.  Hace un siglo se tenía más claro; es una pelea entre los de abajo y los de arriba.

Por otra parte, los mismos que causaron la crisis global de 2008 (y que salieron más ricos de ella) han conseguido imprimirle a la sociedad un ritmo vertiginoso para que la mayoría de la gente vaya a cien por hora desde que se levanta hasta que se acuesta, intentando sacar adelante a su familia en una sociedad que es, cada vez, más exigente con el consumo. La mayoría de la gente salió de la crisis pagando el precio de comprometer todo su tiempo libre.

Es impensable un hogar aceptable sin cable (internet y TV, el opio moderno del pueblo) o sin que todos los integrantes mayores de 6 años dispongan de su propio teléfono móvil (último modelo) y sus múltiples chismes electrónicos que, en teoriía, "simplifican" la vida pero que, en la práctica, suelen provocar todo lo contrario.

Así, la gran mayoría de personas pasa, al menos, cinco días a la semana en un ritmo frenético desde primera hora de la mañana hasta la hora de acostarse, completamente extenuados.  Agotados, los animales son más dóciles. Así, la primera parte de "Rebelión en la granja" de Orwell es imposible, con las gallinas enfrentadas a los patos y los cerdos a las ovejas.  El granjero, feliz, porque una nueva rebelión podría agregar lo aprendido en los fallidos experimentos comunistas y socialistas (la meritocracia como sistema de promoción y la corrupción en todos los estratos de la organización social) y llegar a triunfar para cambiar el statu quo de la granja.

Atomizados y agotados, los animales no tienen opciones de unirse para derrocar al granjero.  A la mayoría, que no se da cuenta, no le importa, no le puede importar.  Los que se dan cuenta suelen ser presa de la depresión que causa la frustración de ver que no hay nada que hacer, que el Sistema no se puede cambiar desde dentro y que desmontarlo desde fuera requiere una coordinación imposible de conseguir.

Ahora se acerca una nueva sacudida de la economía en todos los sectores (exceptuando a los fabricantes de mascarillas, trajes deshechables y jabones hidroalcohólicos) por culpa del Covid-19, que hace que nos preguntemos hasta que punto era necesario.  Porque las consecuencias de este parón de la economía las van a pagar los de siempre, mientras un 1% sale mucho más rico del esperpento que estamos viviendo.