Soy una víctima del Covid. No he muerto ni tengo secuelas físicas. Ni siquiera he padecido la enfermedad. Pero su paso ha arrasado con la arquitectura de mi existencia con unas consecuencias aún incuantificables. He escrito "víctima" sin intención alguna de victimizarme. He escrito "víctima" para interiorizarlo sin vergüenza y para que, visibilizándolo, los miles de personas que están como yo puedan pronunciar la palabra en el mismo tono y volumen que el resto de la frase, sin tener que bajar los ojos.
Antes de la pandemia se suicidaban en España 10 personas al día. Al final del año, son más del doble que los muertos en accidentes de tráfico. 50 veces más que las víctimas de violencia de género, sin competir ni con la imaginación en los medios de comunicación. Antes del Covid ya era la pandemia silenciada, 1 millón de personas al año.
No me avergüenzo de sentirme mal, la situación a la que me he visto abocado no es culpa mía. Sí que depende de mí, la actitud con la que afronto la situación, aunque eso es muy fácil de escribir, de decir, cuando no es a uno a quien le sucede. Pero sigue siendo cierto. El ejercicio de agitar una linterna en la oscuridad no debe verse como algo lastimero, ni como inútil, aunque la linterna no alumbre ningún camino. Aunque requiera más valor vivir que matarse, como dijera Camus.
En diciembre pasado me encontré en Urgencias, dialogando con un psiquiatra acerca de la (maravillosa) idea de que un meteorito impactaba en el planeta y se producía una extinción masiva y luego venía una paz muy reconfortante. Se que es un pensamiento peligroso, por eso fui al médico. Que lo sepa no impide que el pensamiento vuelva de manera recurrente, en múltiples formas, con el riesgo que eso conlleva. Es una lucha agotadora porque no puedes relajarte ni un segundo; al veneno, con un segundo le sobra tiempo para actuar.
No reclamo, al contrario, compasión en el sentido cristiano de la palabra, quizá sí en el sentido tibetano de la misma, el nying je. Empatía sería más aproximado, sin llegar a definir exactamente el concepto. Pero no para mí, hay gente que la necesita mucho más que yo y está llevando el rosario sin que se les note. En una sociedad que se ha individualizado aún más por la pandemia, la práctica del nying je debería tomarse como un ejercicio fundamental, el pilar de la verdadera revolución que necesitamos, la espiritual.
Sigo respondiendo "bien" cuando me preguntan ¿Cómo estás? aún siendo mentira. Por educación, por no estropearle el día con mis pesares a quien me hace la pregunta. Preferiría que no me la hicieran, así no tengo que pensar en la respuesta ni en como contestar una falsedad sin que se note en la expresión. Porque sé que cuando me preguntan como estoy no les importa, es una fórmula social. Por eso me enrosco y socializo lo menos posible, a sabiendas de que es contraproducente.
Yo no soy excepcional, ni único, a pesar de mis huellas dactilares y de mi iris. Si a alguien con un conocimiento de si mismo como el que yo tengo le asaltan ideas negativas recurrentemente, suicidas muchas de las veces, lo mismo le sucederá a miles de personas. Muchos no tendrán la suerte de contar con una gestión de pensamientos como la mía y se sentirán aún peor, porque tienen que enfrentarse a esos pensamientos y a su incapacidad de manejarlos sin que se descontrolen.
Por eso hago este ejercicio de visibilizar como me siento. Para que sirva de ejemplo de que no es culpa nuestra, que tenemos todo el derecho del mundo a sentirnos desorientados, desanimados y cosas peores en circunstancias excepcionales. Porque somos humanos, porque tenemos sentimientos.
Es importante no esconder las sensaciones y sentimientos negativos porque así, los que nos quieren, pueden encender una luz. Si no lo saben, no pueden hacerlo. Sentirse solo en medio de la oscuridad es muy peligroso porque la tentación de lanzarse al abismo está ahí permanentemente y no debes perder el norte de que esa no es una opción, debes tener muy presente en algún lugar de tu mente que la luz se termina abriendo, aunque ahora no veas nada, ni estrellas siquiera. Tarda, porque a veces tarda mucho, pero llega. La noche más negra de la historia de la Tierra también terminó en un amanecer.
Ya verás como alguien escribe "ánimo, Albert", sin saber el daño que eso hace.
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