El peor día del Camino es siempre el segundo de la vuelta a casa. Durante el primero se suele lavar el equipaje y guardarlo para la próxima vez. Cuando vuelves del Camino siempre lo haces pensando en cuando vas a volver. Si ya has ido dos veces, mientras puedas caminar siempre volverás; el Camino engancha irremediablemente. Ese primer día de regreso no quieres mantenerte inactivo, así que ordenas fotos, ese inestimable apoyo para la memoria a partir de cierta edad y, los que tomamos notitas, las clasificamos convenientemente para desarrollarlas en su momento, en lo que es un ejercicio compuesto a mitades iguales entre la nostalgia y la reafirmación de todas aquellas verdades que se te mostraron durante el trayecto.
En el segundo día de la vuelta, aparece el dolor físico y el vacío existencial. El cuerpo se ha acostumbrado a la tunda diaria de kilómetros y la encuentra a faltar, así que músculos, huesos y tendones protestan ante la falta de ejercicio como protestaron durante los primeros días ante el desacostumbrado exceso. El espíritu, si no lo preparaste adecuadamente, queda aturdido ante la vuelta a la rutina. Acostumbrado a la libertad absoluta y a la ausencia de horarios, volver a las obligaciones cotidianas, por pequeñas que sean, incomoda tremendamente, sobre todo si vienes de certificar que lo que haces con tu tiempo no es lo que deberías hacer o lo que quieres hacer realmente.