martes, 11 de septiembre de 2012

Clara (M.290)

Juanjo creía haber fondeado en el mar de soledad que Luis embalsó en Clara. Abandonó el piso de ella, bajando las escaleras de dos en dos, con su olor aún impregnado en la piel, canturreando:

Hoy te he visto pasear
hermoso cisne de cristal...

Fuera, lucía un día extraordinario y aspiró profundamente, casi feliz, antes de desaparecer entre la gente, con las manos metidas en los bolsillos y la capucha de la sudadera cubriéndole la cabeza.

Clara, aún acostada, sentía también el olor de Juanjo en la piel, en la almohada y en las sábanas.  Se dió cuenta que el miedo a estar solo hace que nos acerquemos superficialmente a extraños cercanos, sin tener en cuenta que ellos pueden tener intenciones honestas. 

Preocupada por el brillo de felicidad que había visto en los ojos de él al despertar, deshizo la cama y puso una lavadora, con extra de suavizante y a 90 grados de temperatura.  Cuando la máquina estaba a mitad de programa pensó que, para lo que costaron, hubiese sido mejor tirarlas.

Ella tenía muy claro que mejor sola que con cualquiera. La compañía no se compra a cualquier precio.  El dilema estaba ahora en cómo contárselo a Juanjo, que no había comprendido que Clara sólo pretendía un intercambio de calor humano, fugaz y pasajero.


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