De todas las crisis que hemos vivido este último decenio, apenas se ha podido leer sobre la más preocupante de todas. Se han escrito encíclicas sobre la crisis financiera, la del sistema bancario, la económica, la de la Unión Europea como tal, la de la Iglesia pederastólica, la de los medios informativos, la de convivencia entre las dos Españas (que no son dos, que son muchas más)...
Se han llenado cientos de suplementos sobre crisis políticas diversas (Siria, Ucrania, Venezuela, Corea del Norte, Reino Unido...), obviando, eso ya es rutinario, las africanas (Sahara Occidental, Sudán, Chad, Nigeria, Somalia). ¡Que buenos hemos sido los europeos para expoliar África durante un siglo y medio y que faltos de ganas estamos ahora para arreglar los problemas que hemos generado en los países vecinos del continente de abajo
Hasta que se prohibió salir al Aita Mari del puerto de Bilbao y al Open Arms del de Barcelona, las imágenes de refugiados rescatados del Mediterráneo tenían su rutina diaria en todos los informativos. La solución fue efectiva; muerto el mensajero, se extinguió la noticia para la opinión pública, aunque muchos africanos sigan muriendo ahogados en el mar. Ojos que no ven, corazón que no sufre.
Pues eso, no se habla de la otra crisis generada con el tema de acoger (o no) a los refugiados, la de la solidaridad. En Europa, un continente con una cultura proveniente del cristianismo, funciona muy mal lo de amar al prójimo como a uno mismo, el mandamiento principal de esa religión y de casi todas las del planeta.
Nos debería preocupar, porque ha sido la solidaridad, el ocuparnos de los individuos menos capacitados de la tribu, el cuidar a los enfermos, el reparto de los alimentos en épocas de esasez, lo que nos ha catapultado a lo alto de la pirámide evolutiva.
Si dejamos de entrenar la solidaridad, nos iremos a la mierda como especie. Porque si ahora nos inmunizamos ante el sufrimiento de los que huyen del hambre, de la guerra y del terror, en las dos próximas décadas las brechas entre clases sociales se convertirán en trincheras.
Ya no hay trabajo para todos, ni lo va a haber en el futuro. Esto que nos venden como una situación coyuntural no lo es. Es estructural, ha venido y se va a quedar. Pronto habrá que hablar de como hacemos para dar de comer a los que ni tienen trabajo, ni lo van a tener. Hará falta solidaridad para ello.
Pronto los implantes biológicos marcarán diferencias entre los que se los pueden permitir y los que no. Ya no serán unas gafas o unos audífonos, un corazón de repuesto trasplantado para sustituir a uno defectuoso. Cada vez más humanos optarán por mejoras en su cuerpo que marcarán diferencias con el resto de congéneres. ¿Quien obtendrá un trabajo de vigilante, un humano normal o uno con la visión mejorada con unos ojos cibernéticos? ¿Y de analista? ¿alguien con un cerebro conectado a internet o un cerebro "desconectado"?
De hecho, la discriminación ya se da ahora; la mayoría de trabajos en los que cuenta la imagen corporal están copados por individuos con listas larguísimas de retoques estéticos. Ya no queda sitio en los anuncios para alguien "natural".
Pero el cambio que marcará una prueba de solidaridad definitiva serán las mejoras genéticas. Con CRISPR se empezará eliminando las enfermedades hereditarias, muy lógico. Pero... ¿alguien tiene dudas de que si se puede escoger la altura, la inteligencia o el color de los ojos de un hijo o hija, una porción de humanos no lo van a hacer, por muy prohibido que esté?
La prueba de solidaridad definitiva será la que establezca la convivencia entre seres genéticamente perfectos con los "otros", los que no hayan podido acceder a esas mejoras y hayan nacido con enfermedades o deficiencias que habrá que curar, pagándolo entre todos. Habrá que ver que tal toleran los individuos inmaculados tener que cargar con los defectuosos. Sin un entrenamiento continuado, mal panorama tiene. Y ese futuro no está tan lejos