El siguiente artículo se publicó ayer en Letra en Obras, una web de libros y literatura en gallego. El porqué insertan ahí mis artículos, cuando casi nunca escribo sobre libros y nunca hago buena literatura, es un misterio, pero la vida está lleno de ellos y nunca los vamos a resolver, sería muy aburrido vivir sin incertidumbre. Es cierto que el punto de partida de este artículo es el lenguaje (y la abusiva perversión que se hace de él), pero sólo es la excusa para tratar de agitar la conciencia de la gente sobre los continuados abusos que estamos sufriendo y la pasividad con que los encajamos.
El Letra en Obras publican en gallego, lo que me sirve para evitar que se me oxide la que es mi lengua de adopción y que, lamentablemente, no se usa demasiado al nivel de la calle. Normalmente, para ellos escribo directamente en gallego. Pero esta vez, dada la extensión del tocho-post (ocho folios), lo redacté inicialmente en castellano porque así sólo tenía que hacer el esfuerzo de traducir las ideas del catalán (la lengua en la que funciona mi cerebro) a las palabras en la lengua de Cervantes, Victor Manuel y Sergio Ramos, entre otros. Luego vino la traducción al gallego, para la que conté con la ayuda de un buen amigo, Montxo, el Director de Letra en Obras, pero nos queda la versión original, en castellano, que es la que viene a continuación. Ya avisé que son ocho folios...
ACERCA DE LA PERVERSIÓN
DEL LENGUAJE Y LA NECESARIA DECONSTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA
A
principios de los noventa se extendió, de un modo enfermizo, en el mundo
empresarial, el empleo de eufemismos rimbombantes para denominar los puestos de
trabajo. Así, un vendedor que atendía
comedores grandes pasó a denominarse “Sales Manager Canal HoReCa” y se llegó
estupideces del tamaño de los Ancares al llamar “Técnica especialista en
comunicados escritos” a una simple mecanógrafa (No, no había Word –ni Windows-
en las oficinas). Una compilación
colectiva entre la gente que teníamos trabajo en esa época daría para un
artículo entretenido.
En
los medios de comunicación, un fanático empleo de los eufemismos fue el primer
paso de una progresiva perversión del lenguaje. Hoy día nadie tiene huevos de
llamar negro a un oriundo de Camerún, ni marica a un homosexual afeminado, abrumado
por la presión del lenguaje pretendidamente “correcto”. La casta política, rodeada por muchos de esos
asesores de imagen especializados en manipulación de masas, no sólo adoptó (sin
rubor alguno) esa ocultación sistemática de palabras con connotaciones
negativas, si no que llegó a prostituir el discurso de tal forma que se llegó a
expresiones tan sonrojantes como “aceleración negativa” para definir a la
recesión y que tenían, hasta hace poco, su paradigma sumo en el “despido
simulado con indemnización diferida” que pronunció la señora Cospedal sobre la “curiosa”
situación de Bárcenas en el PP y que tan
boquiabiertos nos dejó a la mayoría, al ver que nos estaba llamando subnormales
(perdón, retrasados mentales) delante de micrófonos y cámaras, sin apenas
pestañear. Ni ella, ni nosotros.
El
tiempo permite la superación de cualquier hito y esa definición ya ha sido adelantada
por la derecha, por un concepto que se pronuncia alegremente como algo positivo
y que, bien analizado, infiere mucha preocupación. Se trata del “envejecimiento activo”, un
término que empieza a circular desvergonzadamente entre los hombres de negro y
sus acólitos, que viene a significar que existe la posibilidad cierta (e
inevitable) de que tengas que trabajar después de cuando esperabas jubilarte. No
vas a ser un “viejo inútil”, alégrate, podrás seguir sintiéndote realizado
trabajando, viene a ser el mensaje. Si menciono ahora el Arbeit macht frei (el trabajo libera), el lema que estaba expuesto
a la entrada de muchos de los campos de exterminio nazis, es porque tiene su
enlace unos párrafos más adelante.
La mentira sistemática, pronunciada como si fuera verdad, funciona, da sus frutos. Es un trabajo de largo plazo, pero germina indefectiblemente. Uno de los refranes más cortos que posee la lengua española ya lo anuncia: “Calumnia, que algo queda”. Las radios comerciales aplican una técnica parecida con las canciones mediocres. A base de repetirlas a todas horas, consiguen que la gente las baile en las verbenas o en los pafetos. A veces, hasta consiguen que se la reclamen a la orquesta, o al DJ, la gente es así de estúpida (sobre todo cuando bebe).
De
tantas veces que he oído hablar de los “brotes verdes” en los últimos años,
hasta yo creo vislumbrarlos entre los adoquines, si no tomo té en dosis
elevadas o café en moderadas, antes de salir de casa. El pasado lunes, en el súper, los confundí
con el perejil y me fui a casa con un manojito para trasplantarlo a un macetero
del balcón, pensando que todo estaba arreglado, que por fin había luz al final
del túnel. En Galicia es fácil equivocarse,
aquí es “todo” verde (me permito alimentar, perversamente, el mito). Pero es que hay gente que los ha visto, a los
putos brotes verdes esos, en Castrojeriz, en plena meseta castellana, en el mes
de Agosto, lo que atenta contra todas las leyes de la Naturaleza, de la
Economía y, añadiría, de la Ética más básica.
No,
no hay brotes verdes. En la marea de
datos estadísticos que produce el CIS, alguno hay que se pueda interpretar en
clave positiva, si tienes unos mínimos conocimientos de la materia. Pero todo el que leyó algo de estadística
sabe que una tendencia no se puede construir (ni vislumbrar, esto son datos, no
bolas de cristal, ni runas, ni posos de café, ni la carta del ahorcado que se
quita la soga) con una muestra pequeña.
Y se supone que nos dirige gente seria (tuve que parar cinco minutos, me
entró un ataque de risa, lo siento), no Rappel y la Bruja Lola. Pero ven brotes verdes en agosto, en la meseta
castellana, manda huevos, que me pasen el guasap de su camello, yo también
quiero probar eso que se meten.
Antes
tendremos los Encuentros en la Tercera Fase que veremos, germinando, brotes
verdes. Me refiero a los nuestros, los de la ex-clase media. Los suyos y los de sus Señores del Dinero,
igual si. Porque Botín ve divisas a
espuertas llegando a España, puede que sea cierto. Al precio al que está la
hora de esclavo en este país medio civilizado, es más interesante (por el tema
logístico) montar una fábrica de camisetas de Ronaldo (o de latas de conserva)
en Bueu que en Bangladesh. Puede ser que
los brotes verdes esos germinen en granados y entonces veremos las
granadas. Algunos hasta las podrán recolectar. Pero comeremos patatas. Con suerte, todos los
días.
Esa
táctica de extender los intereses de una minoría al colectivo no es más que el
intento de aplicación, a la situación económico-social, de un tic muy futbolero,
en un país donde el único elemento de cohesión entre las diferentes regiones y
nacionalidades han sido las selecciones deportivas. Es muy común que un aficionado manifieste
después de un partido: “hemos ganado” (o lo contrario, o ni lo uno ni lo otro). A ver, que lo sepas: Tú no has ganado nada. Tus
recursos monetarios, tu patrimonio y tus problemas son los mismos que tenías
antes de empezar el partido. Podrás estar contento de que “ellos” hayan ganado;
los jugadores del equipo, los empleados del club y los accionistas de la
Sociedad. Pero tú no “has ganado”, a no
ser que hubieses apostado dinero por ello, arriesgando parte de tu liquidez
inmediata. Así que, puedes irte a dormir
más feliz que antes del partido, pero igual de pobre, que no te confundan.
Esta
semana el paro ha vuelto a subir y se confirman los dramas (entre otros) de Fagor
y la muerte anunciada de Canal Nou que, dicho sea de paso, no me parece
mal. A buenas horas salen a hacer
“periodismo” los trabajadores de esa guardería de enchufados. Canal Nou es uno de los ejemplos de cómo “no”
hay que hacer las cosas, eso seguro que ya lo sabían hace mucho tiempo, los
asalariados de esa empresa. La
elasticidad de todos los materiales tiene un “punto de ruptura” que, cuando se
sobrepasa, significa que el tema, sea cual sea, se rompe. En física no hay perversión del lenguaje, los
científicos suelen ser gente práctica. Si
en ciencia se impone el pragmatismo es, casi siempre, porque influyen temas
políticos.
Las
cosas que se rompen no se pueden recomponer si no hay pegamento. Y en Valencia ni tienen pegamento, ni nadie
que se lo preste, así que el momento de hablar de la viabilidad de Canal Nou no
es ahora. Era cuando la Copa América, el
Mundial de motos, la F-1, la guita que les levantó el Urmangarín y otra decena
como él que han sabido desaparecer discretamente con los papelitos de colores
que trincaron. En estos momentos, es
demasiado tarde. Vale, esas no eran
formas, de acuerdo. Pero… ¿Realmente
esperaban otras formas de esa peña de
apuestas?
¿Resulta que gente es imbécil y no se da cuenta de que les mienten? A ver… imbécil es ser algo menos castigado por la falta de inteligencia que idiota y algo más que estar impregnado en estupidez. Porque la estupidez puede ser innata o, también, un envoltorio aceptado. En los dos primeros casos (imbecilidad e idiocia), es imposible que el sujeto pueda discernir entre la verdad y la mentira. En el tercero (estupidez), si hace esfuerzos importantes podría. Si quiere. Y aquí no se ha querido ver, o se ha mirado en otra dirección.
¿Resulta que gente es imbécil y no se da cuenta de que les mienten? A ver… imbécil es ser algo menos castigado por la falta de inteligencia que idiota y algo más que estar impregnado en estupidez. Porque la estupidez puede ser innata o, también, un envoltorio aceptado. En los dos primeros casos (imbecilidad e idiocia), es imposible que el sujeto pueda discernir entre la verdad y la mentira. En el tercero (estupidez), si hace esfuerzos importantes podría. Si quiere. Y aquí no se ha querido ver, o se ha mirado en otra dirección.
(La foto tiene enlace...)
¿Es
deliberada esta perversión del lenguaje, usada por los miembros del Sistema? Sin lugar a dudas, si, ya he superado el
resquemor a que me llamen conspiranoico.
Porque esto es una conspiración organizada. Los nazis, por citar un ejemplo muy claro de abuso
extremo de un Sistema sobre un colectivo, consiguieron anular la voluntad de
los judíos hasta el punto de que estos cooperaron activa y ordenadamente en su
propio exterminio. Sin esa colaboración
(activa no iba entre comillas) hubiera sido imposible que llegaran a asesinar
tal cantidad de seres humanos. A lo sumo
habrían podido eliminar un par de millones y medio, con esfuerzo y dedicación, pero
no más.
Pero
consiguieron que se anotaran ellos mismos en listas, que relacionaran
escrupulosamente sus bienes para que pudieran serles más fácilmente embargados,
que subieran mansamente (salvo contadísimas excepciones) a los trenes, que se
desnudaran y colocaran ordenadamente su ropa y pertenencias de valor y que
entraran en los cámaras de gas y, luego, que los Sonderkommando, formados por judíos, metieran los cadáveres en los
crematorios y/o los enterraran, después de arrancarles las muelas de oro y el
cabello. La mayoría de veces, con un par
de pelotones de soldados de las SS que supervisasen todo el proceso, que podía
prolongarse a lo largo de muchísimos kilómetros dónde jugársela a “algo o nada”,
era suficiente para que un par de millares de judíos pasasen del gueto de Varsovia
a las fosas de Auschwitz, de Lodz a Chelmno, o de Lom a Treblinka.
Treinta
contra dos mil. Eso, sin la colaboración
de los Judenrat (los consejos judíos)
hubiese sido imposible o hubiese consumido unos recursos de personal que
Alemania, en 1942, tenía comprometidos en varios frentes de lucha. No estoy proclamando que los judíos
colaboraron dócilmente en su propio exterminio, que lo hicieron. Estoy señalando la capacidad de los nazis
para anular la resistencia de unos seres humanos que, en su mayoría, caminaron
mansa y ordenadamente a su muerte. Estos
dos conceptos están excelentemente desarrollados en Un estudio acerca de la banalidad del mal, de Hannah Arendt y aquí
sólo estoy exponiendo algunas analogías peligrosamente parecidas con lo que
sucede hoy día en nuestro estado (escrito, deliberadamente, en minúsculas).
El
proceso de anulación de la voluntad de resistencia de los judíos incluyó una
interesante escalada en la perversión del lenguaje desde la llegada al poder
del NSDAP, el Partido Nazi, en 1933, que hacían parecer inocentes o, más bien,
inocuas, las progresivas maniobras de los nazis para agrupar a los judíos en
guetos, cuyo objetivo inicial era, recordemos, la expulsión de Alemania. Pero como no tenían dónde “emigrar” (ese era
el eufemismo utilizado inicialmente) a tal cantidad de gente, decidieron optar por
el “realojamiento” (esto es, encerrarlos en guetos) y, como no les cabían todos
en los que montaron, optaron en 1942 por la “Solución final”, el “despido
diferido” de entonces, el culmen de la perversión del lenguaje de la época, que
significaba, como todos sabemos, “asesinar en masa”, en los cinco campos de
“concentración” (exterminio) que levantaron a tal efecto, previo saqueo de sus
bienes.
Las
condiciones del Holocausto judío en la Alemania nazi eran algo diferentes de
las actuales en España. La más
importante (y la que nos puede salvar) es que entonces los judíos eran una
minoría en medio de una mayoría fanatizada.
Ahora somos una mayoría sojuzgada por una minoría mercenaria. No quieren matarnos, porque los muertos ni
trabajan, ni compran. Pero exterminarnos
como personas con identidad propia, si.
Quieren que quedemos como esclavos modernos con capacidad de trabajar
para sobrevivir y comprar lo básico, con eso su maquinaria funciona para que
sus brotes verdes se conviertan en granados y que nosotros veamos las granadas
y hasta alguno podrá recolectarlas.
Pero, ya lo dije, nosotros comeremos patatas.
De
momento, ya han anulado la voluntad colectiva, la capacidad de respuesta
efectiva. Goebbels estaría orgulloso del sistema empleado, perversión
progresivamente escalonada del mensaje y mentira sobre mentira, han conseguido
que las víctimas de la crisis se sientan culpables de la misma. Y alguien que se siente culpable, queda
aturdido y tiene anulada su capacidad de reacción. Ese proceso de traslado de la responsabilidad
lo han conseguido a base de colar repetidamente en los medios a supuestos
expertos repitiendo embustes (o medias verdades, que son una forma de camuflar
con caramelo el engaño), como una canción mediocre de radiofórmula, técnica que,
ya dijimos, funciona.
Repasemos,
como ejemplo, algunas de las falacias más extendidas que han cuajado profundamente
en el colectivo:
“Es que se vivió por encima de nuestras
posibilidades”. Los organismos de
Gobierno, la inmensa mayoría, por supuesto, ahí están los balances de las
Administraciones. Eso es el “hemos perdido” futbolero, de nuevo perversamente
enunciado. Pero la gente llana, no, en general. Bastantes, si, arrastrados por su
entorno social. El individuo no suele cuestionarse si su comportamiento es
correcto, si el colectivo actúa mayoritariamente en un sentido. Otros cándidos fueron
empujados al abismo por los esbirros cualificados de los prestatarios de
dinero, que eran empujados a su vez a hacerlo por sus superiores, en una cadena
que se pierde en las nubes de los centros de decisión. Pero la verdad es que la inmensa mayoría
vivimos, simplemente, “por encima de nuestras necesidades”, que es muy
diferente. Con reajustar nuestros
ingresos a lo que es realmente importante para nuestras vidas, después de un
proceso que puede haber sido más o menos doloroso, hemos tirado adelante.
“Es que aquí robaba todo el mundo”. Maticemos… Apropiarse de algo que no es tuyo
se puede hacer de varias maneras. Mediante hurto, robo, estafa, defraudación,
usurpación o apropiación indebida, creo que no me dejo ninguna (tampoco tiene
mayor importancia, si es así). Pero,
para que cualquiera de esas formas de “robo” sea considerada delito, el valor
de lo sustraído debe superar (en la mayoría de casos) los 400 €. Y, seamos
sinceros, en España sólo tenían posibilidad de delinquir unos pocos. El resto podía, a lo sumo, pagar una reparación
sin IVA al fontanero, o vender unos grelos sin factura. Y no, no es lo mismo vender grelos en “B”,
que cobrar comisiones millonarias por la adjudicación de obras o la
recalificación de terrenos, práctica que han instaurado, de una forma u otra,
todos los partidos que han estado en el poder y sus sindicatos acólitos.
El
problema de este país fue la ingente malversación de caudales públicos en
beneficio propio o de amigos y familiares, que es algo tan sutil como conseguir
que otros roben por ti. Ser cómplice o
beneficiario de un delito no tiene la misma carga negativa que la de autor,
coautor o participante. Eso es lo que, moralmente hablando, cree la mayoría. Y
ser inductor está rodeado de una peligrosa mística hollywoodiana. El sinónimo
que más se usa es en este caso es el de “cerebro” que, en los delitos sin
sangre, solía estar muy bien considerado.
“Ya hemos tocado fondo” o, dicho de otra
manera, “ya no pueden ir peor las cosas”.
Eso, desde 2008, es, junto con lo de los brotes verdes, el embuste más
repetido. Cuando estás en un nivel de
supervivencia, el pensamiento de una acción traumática para provocar un cambio,
da miedo. “Virgencita, que me quede como estoy”, piensa la mayoría, que se cree
esa mierda y dejan que el miedo les atenace, eso forma parte de la estrategia. Si tuvieran algo de memoria más allá de los
resultados de la jornada futbolística anterior, se darían cuenta de que en 2009
estábamos peor que en 2008. En 2010, peor que en 2011. En 2012, peor que en
2011. En 2012, peor que en 2013. Y en 2014 estaremos peor que en 2013, porque
no hay un solo dato que nos beneficie, ni una sola previsión seria, ni,
lamentablemente, ningún augurio basado en el oráculo del I Ching (He tirado
diez veces las monedas y el resultado más favorable es sinónimo de
“cataclismo”).
Nada
nos permite ser optimistas (a la ex clase media, me refiero), antes de tres o cuatro
años, como poco. Pero intentarán
convencernos de lo contrario, antes hay Elecciones Generales; en dos años. Y ya he explicado como lo harán:
bombardeándonos con mentiras y más mentiras y datos falseados y
manipulados. Y, lamentablemente, muchos
les creerán.
“No sirve de nada ir a votar”. Aceptar
eso supone rendirse, que es exactamente lo que esperan de nosotros. Cuanta menos gente vaya a votar (el único
mecanismo pacífico para desmontar su particular chollo) más beneficiados salen
los partidos mayoritarios, porque el Sistema está diseñado por y para los
grandes partidos que, por supuesto, no van a cambiarlo. En aras de ese mecanismo, en Galicia gobierna
(con mayoría absoluta) un partido que sólo recibió el apoyo del 23% de la
población con capacidad de voto. En
España, gobierna otra mayoría absoluta que ya sabemos lo que hizo con las
mentiras de su programa electoral en cuanto llegó al poder: archivarlas hasta
la siguiente campaña, la gente tiene muy poca memoria.
Lamentablemente,
no hay muchas alternativas aceptables.
Hay que reconocer que supieron desarmar muy bien a la Plataforma del
15-M, en un trabajo muy al Gestapo style. Pero si no aparece una organización decente
de aquí a las próximas elecciones, el panorama es muy sombrío y si, como es
previsible, no hay una revolución (que no la habrá), la única salida es evitar
una mayoría absoluta de quien sea, aunque mi opción favorita sigue siendo
Escaños en Blanco, una iniciativa para recolectar votos y dejar asientos vacíos
en el Parlamento, algo muy inútil, democráticamente hablando, pero muy
romántico.
El
pueblo se indigna porque cree que los políticos de hoy actúan igual que los Judenrat de la época. Que sus “representantes”, democráticamente
elegidos, deberían defender sus intereses. ¡Meeeeeec! Error. Los políticos no
son como los Consejos Judíos de la época que, bajo la premisa de salvar a unos
pocos elegidos, decidieron sacrificar a una mayoría. Los partidos políticos, paraguas bajo el que
se cobijan los esbirros con cargo político, forman parte del Sistema. Un Sistema que está mejor organizado que el nazi,
algo de tiempo ha pasado desde entonces para mejorarlo.
Verás
a Eichmann, burócrata obediente y bien remunerado y con un buen carrusel de
prebendas a su disposición. Pero no
verás ni a Goebbels, ni a Himmler ni, por supuesto, a Hitler, esos viven en su
burbuja de discreta opulencia y que siempre tendrán a un Eichmann dispuesto a
lamerle los pies al amo o a un Kastner (el húngaro que salvó a 1684 judíos,
pero que mandó a las cámaras de gas a 476.000), dispuesto a formar parte del
engranaje, cambiando dignidad por una vida mejor.
Y
la gente no se rebela. Les saquean,
organizadamente, los ahorros de una vida y nadie le pega fuego a la sucursal
del banco con el director esposado a la caja de caudales. Algunos se limitan a suicidarse, menuda falta
de coraje. Por lo menos llévate por
delante al ladrón que te dejó en ese estado, pocasangre. En otra
perversión del lenguaje que me tiene completamente perplejo, se organizan
“manifestaciones festivas”. A ver, que
lo entienda… ¿Vas a protestar o a una juerga?
Por que las dos cosas, a la vez, no tienen sentido y están abocadas al
fracaso. Podría hacer el chiste fácil de
la música militar pero ya lo he hecho cuatro palabras atrás.
El
escarnio absoluto consiste en que sean las Asociaciones privadas (Cáritas,
Cocinas Económicas, Asociaciones de Vecinos, etc.) las que están capeándole la
revuelta al Gobierno, alimentando a los más necesitados y pagando sus facturas
más elementales. Heydrich vuelve a asentir, complacido, mientras sigue sin
haber nadie que haga nada efectivo para cambiar el final del cuento de Alí Babá y los cuarenta (mil) ladrones. Un dato publicado en Libertad Digital (Si, al enemigo hay que leerlo): “El primer año de Gobierno del Gobierno de
Rajoy se saldó con más de 36.000 manifestaciones y
concentraciones en toda España, sin contar las celebradas en el
País Vasco, lo que supone una media diaria de casi 120
protestas.”
No
entraré a valorar por qué no cuentan las del País Vasco, porque esos datos los
tienen y... ¿Qué más da? Treinta y seis mil manifestaciones festivas. Primero
eran “pacíficas”, pero “pacífico” se asocia a “pacifista” y ya sabemos cómo son
los pacifistas, ese estereotipo lo han sembrado y hecho germinar muy bien:
mugrientos, haraganes y subversivos. Unos perroflautas. Y “nosotros” no somos
así, somos honrados y trabajadores pero ya que nos están dando palos por todas
partes, nos juntamos los amputados por los bancos y nos lo pasamos teta tocando
el silbato, me gustaría saber quién organiza eso y que fin espera conseguir. Si, ya sé, la calavera de Heydrich esboza otra
pérfida sonrisa.
Será
muy relajante, muy bueno para la autoestima, pero no funciona. Son 36.000 concentraciones en un año y las
que han venido después. TREINTA Y SEIS MIL, coño, que no se ha colado ningún
cero de más. 36.000 y no han servido para nada.
Ellos siguen a la suya.
Y
no se te ocurra pasar con una pancarta, camino de una fiesta manifestativa de
esas, por delante del portal de sus casas.
Porque te arriesgas a que te empuren por acoso o sedición. Por escrachero o escrachera, ya puestos. En mi diccionario de la RAE, escrachar es
“romper algo en pedazos” o “pegar a alguien con dureza o reiteración”, no tiene
nada que ver con un grupo de gente exhibiendo pancartas y gritando
proclamas. La indignada perversión del
término “escrachar” viene de los mismos que llamaban, en público, “terroristas”
a toda la izquierda abertzale y “primos de los batasunos” a todos los votantes
de Esquerra Republicana. No debo llamar
negro a un Eto’o ni marica a Antonio Gala, porque eso es ofensivo o
discriminatorio, pero, en cambio, un señor de izquierdas de Usurbil, afín a la
idea de una Euskal Herria separada del estado español (que si, en minúsculas)
es, sin posibilidad de defensa, un terrorista, esto es peor que el libre
etiquetaje en feisbuc. Y alguien que
agita una pancarta porque está harto, o harta, o menopáusica, o aburrido de no
encontrar trabajo, es violenta. O
peligroso. O las dos cosas, si es una
maricona orgullosa de serlo.
Antes
había menos manifestaciones. Pero a las
manifas se iba a protestar de verdad. Estaba el sector que montaba las
pancartas y el que acumulaba adoquines y combinados de combustible
inflamable. Y los políticos se cagaban
de verdad. Ahora van al Club de Campo
por la mañana y, en la sobremesa, algún assistant
les tiene montado un vídeo con los mejores momentos de las fiestas
manifestativas del día y ellos se ríen, mientras saborean un escocés de 20 años
o más. Menos fiesta y más protesta, es
lo que hace falta. ¿Apología de la violencia?
Es posible. Pero pienso alegar
“defensa propia”, Señor Juez. Y ya le
aviso que la lista de agresiones que tengo compilada augura una vista larga y
un sumario bastante tocho.
Me
dirá alguien que he señalado que ha habido 36.000 manifestaciones, que alguna
habrá sido una protesta de las que dan miedo.
Apenas no. Ahí está el secreto,
en la fragmentación, en la división, llevan haciéndolo desde 1873, que yo
quiera recordar y, con la transición, cambiaron las formas, pero no el fondo. Siempre enfrentando, siempre distinguiendo,
no ha habido ni un solo impulso institucional para que todo el mundo se sienta
emocionalmente ligado a alguien que vive a más de tres manzanas de su calle,
que mierda le va a importar a alguien de Almendralejo lo que le pasa a uno de
Getaria, aunque los dos hayan sido víctimas de un ERE despiadado.
Y
así, desde el 15-M, excepto para la cadena
humana de la Vía Catalana (esa sí que les acojonó) no ha habido una
manifestación realmente masiva. Ni peligrosa para el sistema, excepto, quizá,
la Marea Blanca en Madrid y, ahora, la huelga de recogida de basuras. Pero es que lo verdaderamente milagroso es
que en Madrid, con los saqueadores que les (des)gobiernan, no hayan montado
todavía una guillotina en la Puerta del Sol. (Heydrich, si vuelves a mirarme
con suficiencia, traslado tus huesos a un cementerio judío)
Sugeriría
“deconstruir” la Democracia, si quisiera parecerme a ellos, pero ¡qué coño!
Llamémosle a las cosas por su nombre. Lo
que hay que hacer es, directamente, desmantelarla para volverla a levantar de
cero. Y eso, con manifas festivaleras,
no lo vamos a conseguir, les va el status
quo adquirido a esa banda de ladrones.
O se hace algo de verdad, o esto es el Holocausto.
***
Nota
del Autor: El título original de estas hojas era “El triunfo de la perversión
del lenguaje” y tenía que ser un artículo de un folio y medio o dos, a lo
sumo. Cuando llevaba dos párrafos
escritos, me atasqué porque tenía demasiadas notas para tan poco espacio. Justo entonces, recibí la visita de una
amiga, a la que expuse el problema.
“Coge un libro al azar y mira si te inspira”, sugirió. Como no tenía mejor opción, le di a la rueda
del mouse y el cursor se detuvo, obviamente, sobre “Un estudio sobre la
banalidad del mal”, de Hannah Arendt. “No lo veo”, le dije, sinceramente. A ella le encantan los desafíos intelectuales
y me respondió: “Si consigues hilvanar algo coherente, te… (En dos palabras
vulgares -pero emocionantes- me prometió sexo oral).
Hay
pocas cosas que estimulen más el ingenio que la promesa de sexo gratis. No me puso un límite de extensión y dos días
después, a ella el resultado le pareció convincente. Y a mí, divertido. Porque ya dije hace
tiempo, que me la trae al pairo lo que no hagáis con el país, ya lo di por
inútil. Parafraseando al gran Pepe Rubianes
diría que “A mí, la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás.
Y que se metan ya a España en el puto culo, a ver si les explota dentro y les
quedan los huevos colgando del campanario”.
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