Dormí 14 horas. Las que me pidió el cuerpo. Las mismas que las tres noches anteriores. 28 horas para cuatro noches sale a 7 por noche, un poco más de las que suelo dormir habitualmente. Mi espalda, además, me está haciendo pagar los paseítos arriba y abajo de estos días y los juegos con las niñas de Fran. Pero bueno, la compañía ha sido muy grata y ver los primeros pasos de Sabela (y tenerlos grabados en vídeo) no tiene precio. Así que si hay que pagar, se paga. El cansancio es psicológico, nos decía en la mili un teniente, después de 30 kilómetros de marcha nocturna, con todo el equipo a cuestas y a 6 grados bajo cero. Y una mierda, mi teniente, yo estoy deshecho y no es psicológico, recuerdo que pensé, creo que en voz baja.
Con el tiempo aprendí a utilizar la mente para controlar algunas sensaciones. Hambre, frío, sueño, dolor, miedo... El frío, una de ellas. Eso hace que prefiera el fresquito al calor. Es cierto que, en manga corta y a -8º, poco puede hacer el coco para evitar que te congeles. Y si te persiguen 26 centímetros de pene erecto, pegados a un tipo de 100 kilos, con la intención de sodomizarte, supongo que te cagas de miedo, por mucho poder de concentración que tengas. Y que estos días, por mucha meditación que haga, que ayuda, alguna vez debo mandarme una pirulina de tramadol garganta abajo para aliviar el dolor.
Estos días nos reencontramos con antiguos compañeros de aventuras, con los que fuí de viaje a la Riviera Maya. Pude recuperar así, el video que hay al final del post.
Tengo vértigo. Las alturas me paralizan. Una vez, subí a una escalera, que sujetaban dos amigos, para cambiar una bombilla en un techo de 7 metros. Subir, subo bien. Una vez cambiada la bombilla, al mirar abajo, me quedé clavado. No había forma de que el cuerpo me obedeciera. Uno de los amigos, un senegalés de 115 kilos de peso (y que podria encarnar el miedo a ser vilmente enculado que describí dos párrafos arriba) se cansó de argumentos y sacudió la escalera hasta que me caí y me recogió en brazos, mientras se descojonaba de risa por haber descubierto esa tara mía con las alturas y por la cara de pánico que debí poner cuando empezó a sacudir la escalera. El otro nunca se creyó que, en Méjico, hubiese saltado voluntariamente al agua, desde una altura algo superior. En el vídeo está la prueba cinematográfica.
La Riviera Maya está llena de cenotes. Un cenote (del maya ts'ono'ot: caverna con agua)[1] es una dolina inundada de origen kárstico que se encuentra en algunas cavernas profundas, como consecuencia de haberse derrumbado el techo de una o varias cuevas. Ahí se juntan las aguas subterráneas, formando un estanque más o menos profundo. Existen varios tipos de cenotes: a cielo abierto, semiabiertos y subterráneos o en gruta. Esta clasificación está directamente relacionada con la edad del cenote, siendo los cenotes maduros aquellos que se encuentran completamente abiertos y los más jóvenes los que todavía conservan su cúpula intacta. Como otras muchas estructuras geomorfológicas, los cenotes son estructuras transitorias, que finalmente pueden terminar rellenos y desecados, pasando a formar parte de lo que se conoce como un paleokarst. (copypaste de la Wikipedia).
Nosotros visitamos dos. Uno subterráneo, donde era angustiante la falta de oxígeno y el de Ik Kil, que es el del vídeo. Menda es el que sale en los minutos 1'36" y 3'17", con bañador azul celeste. Se que tengo que pulir mi entrada en el agua, pero lo importante ahí era el ejercicio mental para no quedarse bloqueado al borde del salto, cuando había niños de 10 años que se tiraban entre risas, sin apenas pensárselo. Menudo ridículo hubiese sido volver escaleras abajo.
Al verlos, mi espalda gime de congoja. Y no hay poder mental que le quite esa sensación.