El miércoles, día del viaje, me levanté tronzado. El día anterior había ido por la mañana a arreglar unos papeles a Betanzos, luego a Coruña a mi clase de Pilates y aún paré en Perillo a por las resonancias, las famosas fotos de 465 pavos. En Coruña me quise hacer el chulito y bajé andando desde la estación de autobuses hasta Riazor. Y volver, después de acoplarme a la comida de Rudy y Alejandra, gracias majos, también a pie. Es un trayecto de media hora que, para una persona normal, es un paseíto. Para mi, era como una media maratón.
En Miño, a las ocho de la tarde tomando un té con una amiga, ya había decidido que me iba a acostar en cuanto llegase a casa y que me levantaría pronto para hacer lo que tenía pendiente; un post, el artículo para Letra en Obras, recoger la cocina y apañar los gatos... ah! y la maleta, importante si vas a pasar un par de semanas fuera de casa. Sonó el teléfono. Vicen, diciéndome que tenía que ir a jugar a billar, que Rubén trabajaba y que Camacho estaba en Uruguay o al revés, pero que eran sólo dos y jugábamos con el equipo de Willy, al que le tenemos un especial cariño y que no nos ha ganado un partido en los cinco años de liga.
Okey, pues, lacasitos de tramadol al canto y pa Coruña otra vez, con la funda del taco al hombro. Llevaba sin montar el taco desde la final del play-off de septiembre, pero jugar contra el equipo de Willy motiva. Se me escaparon las dos primeras partidas de bola-8, pero la tercera, que jugaba con mi amigo Willy, no. Hizo un saque perfecto (para mi), esparciendo bien las bolas, pero no metió ninguna, así que le dejé mirando como le hacía un bonito siete y negra. La de bola-10 me la regaló el chaval de la misma forma que yo le regalé la de bola-8 y gané mis dos de parejas, con lo que terminé haciendo 3 puntos de los 5 que jugaba, lo que no está mal. Y les ganamos 10-5 en lo que es un buen inicio de liga. Pero llegué a Miño a la una, me paré en la cervecería un ratito y me metía en la cama a las dos y media.
A las diez de la mañana, no tenía uno de mis mejores días. Y mi espalda menos. Abrí la maleta para empezar a meter cosas, consulte el horario de autobuses para llegar bien a pillar el talgo y empecé a recoger la cocina, dejar listos a los gatos y terminé el artículo para Letra en Obras. A todo esto recorrí veinte veces los 70 metros del apartamento buscando la mochila que había llevado el día anterior con la ropa de pilates y la cámara y no la encontré. Sabía que no me la había llevado al billar y que la tenía al subir al bus, así que la deducción era clara, aunque difícil de asumir. ¿Cómo podía habérmela olvidado en el bus, si sólo llevaba eso y las fotos de las resonancias? Llamada a la compañía y me dicen que me avisan en cuanto sepan algo. Tócate los cojones, irme a Madrid sin cámara. Podía ir sin calzoncillos de recambio, pero sin cámara...
Me monto en el bus dirección Coruña y al bajar en la estación me dirijo a la oficina de Arriva con menos fe que los discípulos de Jesús en el lago de Genesaret. Nunca he encontrado nada que perdiera. Pero tras 43 años, esta estadística se rompió y ahí estaba mi mochila, con la cámara dentro. Bueno, por fin mis pérdidas se toparon con una persona buena.
Me instalo en el talgo, con bastante espacio, saco el número 2 de Orsai y me dispongo a disfrutar del viaje. No hay una sóla historia de las que contiene la revista que esté de relleno, que genialidad de publicación. Y el proyecto para este año es más maravilloso aún que el del año pasado. Y cada vez tengo más claro que son mi primera opción para publicar el libro cuando lo termine. Si no soy capaz de interesar a 1.500 personas de esa divertida comunidad para que lo compren, me puedo ahorrar el trabajo de mandarlo a una editorial.
Una de las cosas que más me gusta de los viajes largos es contemplar a mis compañeros de viaje e imaginar las historias que contienen. Poco sé de esta muchacha, pero aparecerá en un capítulo del libro, el que escribí en cuanto dejamos Ourense. Probablemente ella nunca sabrá que tiene un papel secundario en la novela de un tarado con el que compartió viaje en tren...
Contemplar paisajes y dejar vagar la mente es uno de los pequeños grandes placeres de la vida. El tren es de los pocos medios de transporte en los que me cuesta dormir, así que llené varias hojas de la libreta. Dos borradores para capítulos del libro y dos decenas de ideas que, muy probablemente morirán en esa Uniextra cuadriculada tamaño A4.
Perfectamente acomodado, fui combinando la escritura con la lectura, ajeno a que, en el mismo tren viajaba Pacocho. Estos de Renfe deben tener una alarma antidisturbios en el programa de emisión de billetes porque a mi me colocaron en el vagón 2 y a él en el 13, el último. Hasta que estábamos a 100 kms de Madrid, 6 horas de viaje después, no llegamos a la conclusión de que viajábamos en el mismo medio de transporte, después de ir viendo lo que cada uno wasapeaba...
Llegamos a Madrid y empezó el momento de reencuentros. En la estación nos esperaba Perico, que había venido con gorrita para su perfecto rol de chófer. En una tarde ya acumulaba dos multas. Si pensaba que le iba a decir eso de "siga a ese taxi, las multas las pago yo" iba fino de cojones. En la estación también están Tizona y Marian. De ahí nos dirijimos a un bar que no tengo ni puta idea de donde está, pero que no tiene pinta de ser la peña blaugrana ni mucho menos. Con el primer disparo fuera de Higuaín ya me dí cuenta que no será muy conveniente gritar los goles del Barça en voz muy alta....
En la mesa estábamos empatados. Pot y Contaja son madridistas, Tizona y Pacocho tenían pasta puesta por la victoria del Barça, Marian estuvo una vez en el Nou Camp y a Perico lo que le preocupaba es que no faltase cerveza.
Esta es la muestra de que dos personas pueden ser amigas a pesar de rivalidades futbolísticas. Contaja es socio merengue de médula y tribuna y mi devoción por el buen fútbol teñido de azulgrana es de todos conocida. En la media parte me las prometíamos muy felices, pero si sufrir adelgaza, en el último cuarto de hora me dejé las calorías de las tapas allí mismo.
A la salida, foto histórica. Nunca habíamos coincidido los cuatro a la vez en el mismo espacio, excepto cinco minutos en Barajas cuando nos íbamos a Las Vegas en el desafío de Los Pelayos y Pacocho se quedó en Madrid. Ha habido múltiples veces que hemos coincidido tres de los cuatro jinetes del Apocalipsis, pero nunca los cuatro. Ese momento no se volvería a repetir en todo el fin de semana...
Nunca hay que decir "nunca", ni "siempre" ni "imposible" ni "seguro". Una vez le dije a Marian, hace casi dos años, en una despedida, algo parecido a esto: Hasta siempre, creo que nunca volveremos a vernos. Es imposible que el destino vuelva a juntarnos. Tanto lapo en una frase tenía que tener una acertada respuesta por parte del destino...
La mejor manera de continuar la fiestecita era dejarnos conducir por Contaja a uno de esos garitos que si no vas con él no entrarías ni de broma. Al ser miércoles éramos prácticamente los únicos clientes del sitio, con lo que nadie se pudo sentir molesto por el jaleo...
A una hora prudente, Perico y yo nos retiramos. Ambos jugábamos el torneo al día siguiente y no era cuestión de echar el resto nocturno en la primera noche. A las dos estábamos debidamente acostaditos en un hostal en el que rápidamente decidí que ni iba a ducharme y si utilizaba la taza, tenía que ser por una emergencia. El gasto corría a cargo de Perico, que se portó como el caballero que es durante todo el finde, así que no era cuestión de ponerse tiquismiquis. Y cuando uno está agotado, cualquier sábana limpia es un buen sitio para dejar reposar el cuerpo cansado...
Hay rumores que el grupo hizo un roto en algún sitio, pero están sin confirmar...