domingo, 5 de septiembre de 2021

Afganistán SÍ ha sido conquistado

Una de las mentiras más repetidas en las dos últimas semanas en la prensa generalista es la de que Afganistán nunca fue conquistado, supongo que intentando minimizar el fracaso de la "Coalición". Bueh, vivimos en un país forjado bajo la leyenda de una Reconquista que se inició en una épica batalla en Covadonga que nunca se produjo  y donde el ejército golpista que ganó la última guerra civil es considerado el bando "nacional".  El rigor histórico nunca nos ha interesado y así nos va.

Alejandro Magno conquistó Afganistán en poco más de dos años.  Este dato tiene un valor inmenso cuando lo comparamos con los dos siglos que le llevó al califato Omeya extender el islam por Afganistán. Son los mismos Omeya que tardaron 15 años en conquistar la península ibérica esa hasta Gijón, hagan números sobre la grandeza del conquistador macedonio.


Además de Alejandro Magno, Ciro II de Persia y Genghis Khan conquistaron Afganistán, instaurando largos períodos de estabilidad. Respeto a las costumbres locales y cuatro sobornos, la sencilla receta. Las armas que tenían los defensores de entonces no se diferencian demasiado de las que tienen ahora, si descontamos los Ak-47 y los lanzacohetes Stinger, aunque ninguno de los conquistadores de entonces tenía apoyo aéreo. Sin Chinook transportando tropas y material, un Stinger tiene el mismo valor y utilidad que un totem; sirve de adorno y como centro de reuniones festivas.

Afganistán sí es la tierra que ha enterrado a los tres últimos grandes Imperios sobre la tierra; el británico, el ruso y el estadounidense. Este último ha visto como se desmoronan sus cimientos en Kabul y las consecuencias son aún imprevisibles en cuanto a los tiempos, pero no en cuanto a la magnitud.  Un nuevo centro de poder lleva un par de décadas edificándose en la frontera más pequeña de Afganistán y la tierra de los talibán tendrá más importancia de lo que pueda parecer en ese nuevo eje.

Hay un detalle que diferencia a la derrota de la Coalición de la que sufrieran rusos y británicos anteriormente.  Los dos últimos invadieron ese país con la intención de conquistarlo, mientras que Estados Unidos no fue a la guerra de Afganistán a ganarla.  Estados Unidos hace décadas que no va a las guerras a ganarlas.  Va sólo a participar.  Si hubiera ido a ganarla, se habría empleado de otra forma, una muestra la vemos en las bajas que tuvieron, 2.400 en los 20 años de contienda. Los soviéticos, que si fueron a ganarla, se dejaron 15.000 hombres en 9 años. Los británicos, que también fueron a ganar, se dejaron 20.000 soldados, sólo en el primer round. La mayoría eran hindúes, es cierto, y ya se sabe que las tropas coloniales no tienen el mismo valor que los soldados nacidos en el condado de Essex.

A Estados Unidos le suda la polla como termine una guerra, si esta dura diez años o más, que es lo que tardan en sacar de los almacenes el excedente de material militar que han acumulado en años de paz.  Ese es el dato que no se nombra en ninguna parte y que tiene un gran peso en la explicación de lo sucedido en Afganistán; la composición de su PIB; el 51% lo conforman empresas ligadas directa o indirectamente a la industria armamentística. A base de tiroteos indiscriminados en el territorio nacional no dan sacado todo lo que producen.

En el caso de esta última invasión, justificada por aquello de perseguir a Bin Laden hasta el ojete del planeta si fuera preciso, el motivo principal de la invasión era la posibilidad de esquivar el peaje turco que pagaba el crudo del Mar Caspio.  Desde mediados de los noventa, varias cabecitas con visión de futuro habían construido en sus mentes un oleoducto que iba desde Turkmenistán hasta la India y que evitaría tener que plegarse a los caprichos del Erdogan de turno. Tenía una pega; atravesaba una tierra conflictiva, Afganistán y ahí fue la coalición de países, a proteger la construcción de una tubería, mientras Bin Laden miraba la tele en un apartamento de un suburbio pakistaní.

Sucedió que sobre el terreno no resultó tan sencillo proteger todo el trazado, que podía ser dinamitado en infinidad de puntos.  El TAPI, el oleoducto que iba a unir Turkmenistán con la India y que fue el principal motivo de la invasión en 2001, se había convertido en una utopía desde hacía un lustro.  Además, algunos de los chismes más sofisticados que fabrican las empresas armamentísticas estadounidenses están ahora en almacenes, completamente inútiles por falta de chips y claro, para que vamos a ir a una guerra si no podemos tirar bombas.  

Sí, la explicación de esta guerra y su final está en la economía, en el dinero.  Es lo que mueve al mundo desde hace 2000 años, desde hace 300 de una forma furibunda e implacable.

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