La historia debería servir, al menos, para no repetir los mismos errores.
Durante los primeros lustros del siglo pasado determinados sectores de la sociedad hicieron uso de pistoleros y terroristas a sueldo con el fin de provocar a los anarcosindicalistas, quienes entraban indefectiblemente en la espiral de atentados y asesinatos, lo que ocasionaba que el Gobierno incrementara la represión sobre la clase trabajadora.
En cuanto se conseguían avances sociales, siempre había quien prendía la mecha para que los disturbios transmitieran la sensación de que el gobierno no era capaz de mantener la democracia, sugiriendo así la creación de un gobierno de mano dura.
Así se llegó a la dictadura de Primo de Rivera, apoyada entre otros insignes por el abuelo del rey emérito, Alfonso XIII.
La vuelta a un sistema democrático (todo lo democrático que permitía la habitual manipulación de las elecciones instaurada con la Restauración) trajo la Segunda República, el 14 de abril de 1931. Durante este período, la estrategia de desgaste del gobierno a base de incrementar artificialmente el caos social fue una constante.
La idea era provocar una situación insosteniblde que justificara un golpe militar. De hecho, hubo dos golpes de estado fallidos antes del de julio del 36. Por detrás de las maquinaciones, siempre aparecían los mismos nombres repetidos; Juan March, Lerroux, Gil Robles, Mola, Alfonso XIII... Exceptuando a Lerroux, mercenario de la política, todos los demás eran, supuestamente, "insignes patriotas".
El anarquismo ya ha desaparecido, no así esa banda de salvapatrias, que son los que ahora no tienen ningún escrúpulo en utilizar el terrorismo (des)informativo con el mismo objetivo golpista que en 1936.
Si caemos en la polarización, ganan, es lo que buscan, tensar la cuerda hasta que se rompa. Hay que ser pacientes, ignorar sus provocaciones y combatir sus mentiras con elegancia y con datos que desmonten los bulos.
Si cometemos el error de no castigar los actos de terrorismo, por miedo a ser acusados de represores, estamos dejandoles actuar impunemente. No se puede ser tolerante con los intolerantes, porque son un cáncer para la convivencia. Acordémonos del general Sanjurjo.
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