Admiro la gente que es capaz de plasmar una idea con palabras a la primera. Yo no puedo. Me puede llevar veinte minutos en escribir un post, pero a veces tardo tres días en publicarlo por que cada vez que lo releo encuentro un fallo y toca corregirlo. Ya no digo nada las vueltas que le estoy dando a la novela.
Este post, por ejemplo, empezó como un paréntesis en medio del último que publiqué y como era un desvarío muy complejo para colocarlo en un escrito sobre el porqué de una coleccion de canciones oscuras, terminé trasladándolo a una hoja en blanco.
La Depresión va a ser en breve la enfermedad con mayor incidencia en la humanidad y la principal causa de muerte. Hay muchas lecturas sobre eso. Yo creo que es porque estamos instalados en un modelo triunfalista de la sociedad completamente erróneo. Se magnifican en exceso las victorias, cuando lo normal es perder.
Cuando quedas segundo en una carrera, pierdes. Cuando el amor de tu pareja se termina a los tres meses o a los tres años, pierdes. Cuando te despiden del trabajo, pierdes y cuando tienes que ir a trabajar, también pierdes porque todo el mundo preferiría quedarse en casa. Cuando tu hijo trae malas notas, pierdes y cuando las trae excelentes, también pierdes por que seguro que es un negado para los deportes o sus compañeros le hinchan a collejas por empollón. Cuando en Egipto echen a los militares y formen un gobierno, perderán, porque ellos creerán que han conseguido una democracia y lo que tendrán será una partidocracia esclava de los mercados, que es lo que tenemos en el resto del mundo. En esta vida, perder es lo NORMAL. Todos ganamos alguna vez, si. Pero eso sucede en contadas ocasiones. Y todos los triunfadores en un campo son perdedores en otro.
El modelo social en el que vivimos no prepara para la derrota. La mayor parte del tiempo vivimos sinsabores. Situaciones que no nos son agradables. Reveses inesperados, malas noticias, frustraciones por que las cosas no salen como esperamos. Muchas veces es porque las expectativas creadas estaban basadas en principios erróneos o montadas sobre premisas sobredimensionadas.
Analicé varias veces y desde diferentes ópticas mis dos últimos bajones anímicos. Le dediqué mucho tiempo a ello porque no me gusta estar decaído, coño, que la vida son cuatro días y ya han pasado dos.
El primero fue por querer levantar una casa con algodón de azúcar. Con la primera lluvia, se vino abajo. La culpa es mía, por imbécil. Una casa se levanta con ladrillos o con tablas de madera, no con algodón de azúcar. El segundo fue por perder un partido que estaba perdido. Si faltan diez minutos para que termine el encuentro, vas cuatro goles abajo y juegas con ocho, dar patadas y tratar de remontar es de idiotas. Asume la derrota y hazte colega de los que te están ganando. Sácales unas cervecitas, al menos. No pierdas el sentido del humor. Te permitirá reírte mientras saboreas las cañitas.
Hay una forma de no perder y es no jugar. Pero eso es de cobardes. Si hay que jugar (y hay que hacerlo) asimilar cuanto antes que vas a perder previene de la frustración que genera la derrota. Y cuando consigas victorias parciales, disfrútalas a fondo, porque volverás a perder en breve. Y no pasa nada. O no debería pasar. Pero sucede. Nos desanimamos y nos deprimimos por que no conseguimos lo que queríamos. ¿Y? Pues a seguir intentándolo, que algún día ganarás. Y volverás a perder los cuatro, cinco o veinte siguientes. Porque es lo NORMAL. A pesar de todos los ídolos de barro que encumbramos como modelo a seguir porque ganaron algo. Enhorabuena para ellos en ese momento. Pero al poco tiempo desaparecerán de los titulares por que volverán a perder como el resto.
No es más rico el que más tiene, dicen, si no el que menos necesita. Ganar no significa ser Campeón del Mundo. Despertarse todas las mañanas es una victoria contra la muerte y hay que celebrarlo, porque ese partido también lo vamos a perder algún día.
¿Perdiste? ¡y qué! No vayas con la cabeza gacha ni con el ánimo alicaído por eso. Recuerda: es lo normal, lo habitual, lo cotidiano. Afligirse por algo que es ordinario es de idiotas. Y sigue jugando. Si sabes hacerlo con la actitud adecuada, es divertido.