Abro los ojos y miro al despertador; 15:13. Tengo la vejiga a punto de estallar. Salgo a vaciarla y vuelvo a meterme debajo del edredón. Tengo una sed horrible pero la botella de litro que hay en la mesita de noche está vacía. Hay dos camisetas empapadas en el suelo y la otra almohada parece que haya caído en un charco. No recuerdo haber hecho los cambios de ropa. Salgo de nuevo de la cama para llenar la botella de Minute Maid y vuelvo rápidamente a sumergirme en ese espacio de confort absoluto que es el lecho de uno, en una habitación completamente a oscuras.
El cóctel de medicamentos que me tomé para el resfriado talla XXL que me estalló ayer ha surtido efecto y me encuentro mejor. Algunos pasajes oníricos siguen flotando en mi cabeza. He soñado con muertos olvidados. Con la abuela, la rencorosa; con el tipo que me puteaba en el internado en 8º de EGB porque la niña que a él le gustaba prefería que yo le ayudara con las tareas de ciencias y que trazó fatalmente mal una curva de la carretera de Falset y con Anna, la medio novia que me dijo que no podíamos quedar ese día porque venían unos familiares suyos y que salió volando 30 metros, sin casco ni guantes, después de que la MBX en la que iba de paquete con un guapito, se empotrara contra el BMW de un alemán borracho que se saltó un ceda el paso, en el paseo de Salou. Hubo más esta noche, pero ahora no soy capaz de acordarme de ellos. Excepto la abuela, que hace ocho años que se fue, los demás llevan fuera de este mundo más de 20 años. ¿Porque habrán vuelto?
Parece que tratasen de recordarme que les he olvidado. Ni he intentado excusarme. No hay ningún motivo por el que merezca recordarlos. Pero es curioso que aparezcan ahora, todos juntos. El subconsciente es un misterio apasionante.
Ya es la tercera vez que descanso una cantidad exagerada de horas seguidas en tres semanas. A pesar de que algunos días me he acostado pasadas las nueve de la mañana, no duermo más de seis horas. Eso, al final, pasa factura y supongo que el cuerpo decide tomar el mando sobre la mente y cobrarse el descanso atrasado.
Dedico media hora de edredoning a ordenar el día mientras hago estiramientos con las piernas y la espalda, preparándolas para la salida en bici. Hay que aprovechar que hoy no llueve. Al borde del mar, me quedo divagando durante un buen rato. Hoy soy el único que ha venido a dejar flotar la mente al ritmo de las olas. Normalmente, siempre hay alguien más, pero hoy el nordés sopla fuerte y frío y no va a aparecer nadie para que pueda jugar a ¿Que habrá dentro de su cabecita?
El paseo ha sido magnífico. Con un bol enorme de verduras asadas, regadas con abundante aceite de oliva, me pongo delante de la lista de tareas pendientes para la web nueva: 23, entre chorraditas de diseño que hay que pulir, artículos a subir, mails a gente que no responde y... Ya desisto de que esté lista para éste domingo 22 y habrá que dejar la inaguración para el día 29.
Me parece sentir que Anna me sigue recriminando que no me acuerde de ella. La rememoré durante mucho tiempo hasta que dejé de hacerlo, no recuerdo cuando. ¿Por que debería conservarte un lugar en la memoria, querida? Excepto besos falsos, no me diste nada más. ¿Por que vienes ahora, 20 años después? La verdad, no sé en que puedo ayudarte. Si me lo cuentas más claramente, vemos que se puede hacer.
Me voy a la báscula: 83.4. Al menos algo sigue el plan trazado. Lo mejor de saber que estás loco es poder disfrutar de esa realidad que los demás no ven, a sabiendas de que es una ficción propia.
Ya son las siete y media de la tarde. Habrá que ponerse a trabajar. Justo ahora me rebrota la congestión, maldita sea...