Abro los ojos a las 08:30, una hora razonable. No hay cosa peor en los albergues que los franceses que se levantan a las 5:30 y empiezan con el runrún de prendas de nylon y de las cremalleras para salir a caminar a las seis de la mañana. A esa hora no han puesto las calles pero, claro, ellos vienen a pisar tierra, piedras y hierba y se la pela bastante el horario tradicional del país.
Hoy he decidido recorrerme Donosti, así que, después de desayunar como un campeón, dejo los trastos en la consigna del albergue. Los he recogido con premeditada parsimonia mientras intento recordar que día de la semana vivimos. De paseo me llevo sólo la tablet con las muestras y el casco que, no lo sabía, no es obligatorio en ciudad. El sol está saliendo pero aún hay una espesita capa de nubes que no se lo quieren poner fácil. A esta hora, el mar huele de una forma especial. "Más fresco" sería la forma sencilla (y obvia) de definirlo.