lunes, 16 de septiembre de 2019

Crisis de solidaridad

De todas las crisis que hemos vivido este último decenio, apenas se ha podido leer sobre la más preocupante de todas.  Se han escrito encíclicas sobre la crisis financiera, la del sistema bancario, la económica, la de la Unión Europea como tal, la de la Iglesia pederastólica, la de los medios informativos, la de convivencia entre las dos Españas (que no son dos, que son muchas más)...

Se han llenado cientos de suplementos sobre crisis políticas diversas (Siria, Ucrania, Venezuela, Corea del Norte, Reino Unido...), obviando, eso ya es rutinario, las africanas (Sahara Occidental, Sudán, Chad, Nigeria, Somalia).  ¡Que buenos hemos sido los europeos para expoliar África durante un siglo y medio y que faltos de ganas estamos ahora para arreglar los problemas que hemos generado en los países vecinos del continente de abajo

Hasta que se prohibió salir al Aita Mari del puerto de Bilbao y al Open Arms del de Barcelona, las imágenes de refugiados rescatados del Mediterráneo tenían su rutina diaria en todos los informativos. La solución fue efectiva; muerto el mensajero, se extinguió la noticia para la opinión pública, aunque muchos africanos sigan muriendo ahogados en el mar. Ojos que no ven, corazón que no sufre.

Pues eso, no se habla de la otra crisis generada con el tema de acoger (o no) a los refugiados, la de la solidaridad. En Europa, un continente con una cultura proveniente del cristianismo, funciona muy mal lo de amar al prójimo como a uno mismo, el mandamiento principal de esa religión y de casi todas las del planeta.

Nos debería preocupar, porque ha sido la solidaridad, el ocuparnos de los individuos menos capacitados de la tribu, el cuidar a los enfermos, el reparto de los alimentos en épocas de esasez, lo que nos ha catapultado a lo alto de la pirámide evolutiva.

Si dejamos de entrenar la solidaridad, nos iremos a la mierda como especie.  Porque si ahora nos inmunizamos ante el sufrimiento de los que huyen del hambre, de la guerra y del terror, en las dos próximas décadas las brechas entre clases sociales se convertirán en trincheras.

Ya no hay trabajo para todos, ni lo va a haber en el futuro.  Esto que nos venden como una situación  coyuntural no lo es.  Es estructural, ha venido y se va a quedar.  Pronto habrá que hablar de como hacemos para dar de comer a los que ni tienen trabajo, ni lo van a tener.  Hará falta solidaridad para ello.

Pronto los implantes biológicos marcarán diferencias entre los que se los pueden permitir y los que no.  Ya no serán unas gafas o unos audífonos, un corazón de repuesto trasplantado para sustituir a uno defectuoso.  Cada vez más humanos optarán por mejoras en su cuerpo que marcarán diferencias con el resto de congéneres.  ¿Quien obtendrá un trabajo de vigilante, un humano normal o uno con la visión mejorada con unos ojos cibernéticos? ¿Y de analista? ¿alguien con un cerebro conectado a internet o un cerebro "desconectado"?

De hecho, la discriminación ya se da ahora; la mayoría de trabajos en los que cuenta la imagen corporal están copados por individuos con listas larguísimas de retoques estéticos.  Ya no queda sitio en los anuncios para alguien "natural".

Pero el cambio que marcará una prueba de solidaridad definitiva serán las mejoras genéticas.  Con CRISPR se empezará eliminando las enfermedades hereditarias, muy lógico. Pero... ¿alguien tiene dudas de que si se puede escoger la altura, la inteligencia o el color de los ojos de un hijo o hija, una porción de humanos no lo van a hacer, por muy prohibido que esté?

La prueba de solidaridad definitiva será la que establezca la convivencia entre seres genéticamente perfectos con los "otros", los que no hayan podido acceder a esas mejoras y hayan nacido con enfermedades o deficiencias que habrá que curar, pagándolo entre todos.  Habrá que ver que tal toleran los individuos inmaculados tener que cargar con los defectuosos.  Sin un entrenamiento continuado, mal panorama tiene.  Y ese futuro no está tan lejos


martes, 3 de septiembre de 2019

Por varios motivos

Cómo terapia, el objetivo inicial de este blog.
Para no aburrir a la gente en los bares, ni a mi esposa en los viajes.
Como reflexión. Los pensamientos, puestos en negro sobre blanco se ven como si fueran de otro y a los otros es más fácil juzgarlos que a a uno mismo.
Para canalizar la indignación, que no deja ver más allá del horizonte y hace que nos olvidemos de quien tendría que pagar el banquete.
Cómo calentamiento, escribir es algo que dejé de hacer y que debería ser un hábito necesario, como la comida o el pilates para la espalda.
Igual hay más motivos, pero estos ya son suficientes para que vuelva a pasarme por aqui de vez en cuando.

jueves, 4 de octubre de 2018

Dios existe, la muerte no.

Cada vez está más claro que la conciencia no reside en el cerebro (ni en ningún otro órgano), si no que simplemente lo utiliza para mover el cuerpo.  Tiene mucho sentido pensar que la conciencia es inmaterial y que si, está conectada al cerebro, pero no lo necesita para existir plenamente. 

Si la conciencia es energía, como tal no se destruye, se transforma, por lo que el fin de ciclo de uso del cuerpo (la muerte), sólo supone un traspaso, no un final para aquella.  

La individualidad viene a ser una parte indivisible de la conciencia cósmica, con lo que cada partícula nuestra está conectada a todas las del Universo, que forman una única conciencia global, prácticamente infinita.

La humanidad en la Tierra vendría a ser, quizá, un experimento de una inteligencia superior, un "juego" avanzado, o una especie de estadio de formación temprana de donde nos llevaremos las experiencias y nuestro comportamiento durante la vida marcará el rol que desempeñaremos en el siguiente plano existencial.

Con tales evidencias, negar la existencia de una Inteligencia infinitamente superior a la nuestra (de Dios, si), que ha dispuesto estas maravillosamente complejas e increíblemente equilibradas "reglas de juego" (piensen sólo en las interacciones entre la gravedad, el electromagnetismo, la interacción nuclear fuerte y la interacción nuclear débil, por poner uno de cien ejemplos que nos brinda la ciencia) roza el ridículo, el absurdo.

Uno puede expresar y manifestar su conexión con esa inteligencia superior, su espiritualidad, de múltiples formas, pero negar esa conexión con el infinito supone dotarle a la existencia de un sentido algo limitado para las posibilidades de ésta.  El hedonismo como único motivo vital vendría a ser como tener un Ferrari para ir a comprar al mercado, un despilfarro de los recursos que nos han dado.

En un primer estado de espiritualidad, el hombre le teme a un Dios castigador que le maldecirá con hambre, frío, enfermedades o con la muerte, si no sigue unos ritos determinados.  Ahí aparecen los primeros avispados de las tribus, los hechiceros, brujos o chamanes, que interpretan los designios divinos y que vivirán privilegiadamente en su comunidad, gracias a esos pretendidos "poderes".

En un segundo estado, el ser humano, liberado gracias al conocimiento de ese temor infundado a que todas esas desdichas y calamidades provienen de la ira de Dios, busca una guía para saber como actuar correctamente.  Las religiones brindan ese manual de "buena persona" y cada uno abraza la que más le convence (o la que más le conviene).  Como el ser humano es bastante ingenuo, también aquí aparecen espabilados que se aprovechan de ese ansia de guía espiritual. Aunque hay muchos pastores de buena fe, abundan en demasía las iglesias negocio.  Pero bueno, eso sucede en todos los ámbitos de la convivencia entre seres humanos.

Es en un tercer estado de esa, digamos espiritualidad, cuando se puede alcanzar la paz, la tranquilidad existencial.  Eso sucede cuando la conciencia individual del ser humano es capaz de entrar en contacto directo con la conciencia universal.  Saber que formamos parte de un todo, que somos energía y que, por tanto, somos inmortales, aporta un sentido muy distinto a la existencia terrenal.

La ciencia y Dios nunca han estado reñidos, no pueden estarlo ya que aquella no es más que el estudio de los mecanismos de funcionamiento de todas aquellas "reglas de juego" dispuestas por él.  Sucedió hasta ahora que la ciencia no había avanzado lo suficiente para poder responder muchas preguntas complejas, que requerían avances progresivos en el conocimiento que tenemos los humanos sobre el porqué de tantas cosas.

La ciencia avanza cada vez más deprisa, exponencialmente hoy día, brindándonos nuevos conocimientos y demostraciones tangibles de que la creación no pudo surgir por azar, que necesitó de alguien, infinitamente preciso y poderoso, para disponer las leyes y los elementos para que la vida en la Tierra fuera posible.  Si hay otro tipo de vida en algún otro punto del Universo o en otro plano dimensional, no tardaremos en descubrirlo.

El ateísmo está condenado a desaparecer, hasta los más fanáticos terminarán por sucumbir ante tantas evidencias tangibles.