Estamos comiendo en O Pino, una de las etapas finales del Camino de Santiago. Van entrando peregrinos al comedor. La mayoría, anda como patos. Las ampollas que deben llevar en los pies hace que parece que estén escocidos. Sus caras denotan mucho cansancio.
Me miro a un grupito y cruzo una mirada con un tipo que está en la barra:
- No me dan ninguna pena. Hay que estar mal de la cabeza para venir desde allí, a pié... (leáse en gallego profundo)
Me lo miro con algo de incredulidad y sigo comiendo. Al poco entra otro grupito que arrastra los pies.
- Ninguna pena. Venir a pié desde allí. Hay que estar tarado.
Apura su cerveza y se va.
Luego, el dueño del restaurant nos aclara. Es el dueño de la gasolinera. Está claro que, para determinados negocios, el Camino no es la gallina de los huevos de oro...
Me miro a un grupito y cruzo una mirada con un tipo que está en la barra:
- No me dan ninguna pena. Hay que estar mal de la cabeza para venir desde allí, a pié... (leáse en gallego profundo)
Me lo miro con algo de incredulidad y sigo comiendo. Al poco entra otro grupito que arrastra los pies.
- Ninguna pena. Venir a pié desde allí. Hay que estar tarado.
Apura su cerveza y se va.
Luego, el dueño del restaurant nos aclara. Es el dueño de la gasolinera. Está claro que, para determinados negocios, el Camino no es la gallina de los huevos de oro...
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