Hoy fué uno de esos días de trabajo especiales. Me tocó darle el pasaporte a Fran. "Darle el pasaporte" suele tener connotaciones negativas en el entorno laboral. En el de la Cosa Nostra, las tiene peores. En la mili, en cambio, era una buena noticia.
En mi empresa, el pasaporte es el reconocimiento a una buena labor durante el año anterior, así que entregárselo a un miembro de mi equipo ha sido un auténtico orgullo y placer. Sólo cuatro comerciales de toda España llevan uno cada año.
Hicimos una sobremesa larga, recordando los sudores y los tragos amargos que tuvimos que pasar hasta este momento. También recordamos los buenos, que los hubo. Al final, la lección es que el esfuerzo tiene premio. Me apropiaré de una frase de Gonzalo García-Pelayo que a mí me ha ayudado mucho, tanto en el poquer como en el resto de facetas de mi vida. La paciencia tiene premio. Por suerte.
Todo esto está bien, pero está mejor cuando ya sabemos el destino del viaje que lleva apareado el pedacito de cartón con el escudo constitucional. La Riviera Maya, del 26 de junio al 3 de Julio. Habrá que ir avisando para que hagan una reserva especial de Tequila y para que no se les ocurra propagar una pandemia de gripe, como el año pasado.
Volviendo a casa, a 80 kilómetros, pude disfrutar de un maravilloso día de lluvia gallega. Con las ventanillas bajadas y aspirando profundamente el olor a tierra mojada. Tuve que parar para pasear descalzo sobre la hierba mojada, uno de los mayores placeres pequeños que hay. Daban ganas de pedir más lluvia para poder bailar desnudo. Pero bueno, tampoco es cuestión de terminar en una ambulancia con una camisa de fuerza, así que dejé la locura para otro instante. Ya habrá muchos momentos, en breve, para perder la cabeza.
Hay tanta felicidad en pequeños momentos enormes que es pecado no disfrutarla. Es obligatorio llevar tiempo de reserva para poder pararse a pisar la hierba mojada o entretenerse con el espectáculo de una bandada de cuervos. Midlake en el equipo de audio, por supuesto....
Volviendo a casa, a 80 kilómetros, pude disfrutar de un maravilloso día de lluvia gallega. Con las ventanillas bajadas y aspirando profundamente el olor a tierra mojada. Tuve que parar para pasear descalzo sobre la hierba mojada, uno de los mayores placeres pequeños que hay. Daban ganas de pedir más lluvia para poder bailar desnudo. Pero bueno, tampoco es cuestión de terminar en una ambulancia con una camisa de fuerza, así que dejé la locura para otro instante. Ya habrá muchos momentos, en breve, para perder la cabeza.
Hay tanta felicidad en pequeños momentos enormes que es pecado no disfrutarla. Es obligatorio llevar tiempo de reserva para poder pararse a pisar la hierba mojada o entretenerse con el espectáculo de una bandada de cuervos. Midlake en el equipo de audio, por supuesto....
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