En el post de ayer me quedé contando que tenía un señor mayor delante en la escalera que lleva a la salida del casino, ayudándose de la barandilla como yo. Cuando llegué a su altura le dije:
* ¿que? ¿la espalda jodida, también?
Me miró, sonrió y respondió:
* Gue ba. Es gue be dobé udos mojjitos de másss...
En el siguiente escalón, le falló la coordinación psicomotriz y trastabilló. Le sujeté por el brazo para evitar que cayera y le acompañé en los últimos tres escalones. Pedí el casco y la chaqueta y cuando iba a salir, el señor se estaba peleando con la puerta. Si hay dos hojas y sólo abre una en una dirección la acertó al sexto intento. Y en uno de ellos se dió con la puerta en la cara o dió con la cara en la puerta, no sabría precisar con exactitud.
Deberían ser casi las cinco de la mañana y el señor era carne de cañón para cualquiera que quisiera robarle. Le pregunté si vivía lejos y señaló que a trescientos metros, más o menos.
* ¿Le impota que le acompañe? Creo que un hombro donde apoyarse le vendrá bien.
* Bor subuesdo gue do.
Así que pasé su brazo por mi hombro y empezamos a cruzar los jardines de Mendez Núñez. Le pregunté si le esperaba alguien en casa y dijo que su mujer. Menos mal, así no habría que meterle en cama...
Cuando íbamos por delante del edificio de R, empezó a andar con pasitos cortos. Cuando me di cuenta de que era por que se le habían caído los pantalones a los tobillos empecé a buscar la cámara oculta. Menuda nochecita...
Así que ya me ves, subiéndole los pantalones y tratando de que se los apretara un poco con el cinturón, cosa que no conseguí. La gente que pasaba ponía unas caras dignas de ser filmadas. Debíamos parecer un chapero con su cliente borracho. Menos mal que mi reputación me la trae al pairo...
Al doblar por la siguiente calle a la Real, metió la mano en el bolsillo y sacó fichas del casino. Se quedó mirándolas y dijo:
* Gagüenlabuta... Ni sabía gue las denía... Vabos al gasino a jugarlas...
Cinco minutos más fueron necesarios para convencerle que el Casino ya estaba cerrado y que era mejor que las guardara para el día siguiente. Casi 400 pavos llevaba...
Seguimos andando, mientras me contaba batalllitas de abuelo Cebolleta. En un momento en el que aflojé la sujección sobre su hombro, para acomodar la espalda y el casco, que me estaba cargando el brazo izquierdo, volvió a trastabillar. Esta vez no fuí suficientemente rápido y se esparramó en el suelo.
Levantarle, tal y como tengo la espalda y con lo poco que colaboró, aún no sé cómo lo conseguí. Cuando llegamos a su portal, vi que había un tramo de ocho o nueve escaleras hasta el ascensor que, con toda certeza, no iba a poder subir. Le pedí las llaves y cuando dejé el casco en el suelo para abrir la puerta, se le volvieron a caer los pantalones. Al intentar subírselos, volvió a terminar tendido en el suelo...
El pensamiento siguiente fué llamar a la Guardia Urbana, para que me echaran una mano. Pero pensé en que la bronca que se llevaría por parte de su señora sería el doble si era la autoridad el que lo llevaba a casa, así que en un arrebato de solidaridad borrachil, decidí echar los restos, volver a subirle los pantalones, levantarle con las últimas fuerzas que me quedaban, subir las escaleras, meterlo en el ascensor y timbrar el piso que me dijo. En ese momento sudaba a mares y me faltaba aire. Al salir al rellano y doblar la esquina del mismo, se me volvió a escurrir y volvió a quedar tendido en el suelo, con los pantalones bajados de nuevo...
Llamé discretamente al timbre. Vi que la mirilla se abría y se volvía a cerrar, pero no se abrió la puerta. Volví a llamar e hice un ademán con el dedo señalando al suelo. Esta vez si se abrió la puerta y apareció una sorprendida señora cuya bata de andar por casa costaba, con toda seguridad, el doble que mi chaqueta de cordura con protecciones especiales.
Le expliqué que eso, que me lo encontré a la salida del casino y que no me pareció en condiciones de llegar solo a casa y que por eso decidí traerlo. Creo que la señora entendió que yo era un empleado del casino, pero tampoco tenía ya ganas para demasiadas explicaciones adicionales. Le conté a la señora mis problemas de espalda y que ya me era imposible levantarle. Habló con él, tratando de que colaborara, pero fué inútil.
La solución que adoptamos fué arrastrarlo tirando cada uno de un brazo, hasta que estuvo tendido en el recibidor. Los tirones que le dimos le despejaron lo suficiente para que se dirigiera primero a su mujer y luego a mi en unos términos no demasiado amables
* Esdoy hasda los cojones de ti. Y de di, dabbién...
Ji, ji, la gratitud humana, como te llena el espíritu.
Como el señor no hacía ademán de levantarse, le aconsejé a la señora que lo dejase ahi, con los pantalones bajados. En algún momento, el frío o las ganas de mear le despertarían y verse de esa guisa ya le produciría suficientes remordimientos de conciencia.
Así que en ese punto me despedí, no sin recomendarle a la señora que cuando pusiera el pantalón de su marido a lavar no tirara esas fichitas de plástico que llevaba en el bolsillo, que en el Casino las cambiaban por dinero en efectivo.
Cuando llegué a Miño, metí la Daytona en el parking y me fuí a la Piscis a tomarme tres cervecitas casi consecutivas. Cargar con borrachos da mucha sed...