martes, 11 de junio de 2013

El Camino del Norte. Día 7. Markina-Xemein - Eskenika (Morga)

Si te mandan a la cama a las diez de la noche, es lógico que te despierten a las seis de la mañana.  Si duermes en un convento, lo normal es que hagas horario de convento.  Sin apenas abrir los ojos más que para no tropezar con el mobiliario y la gente, recojo lo poco que saqué de la mochila y lo meto dentro.  El albergue cierra a las ocho de la mañana, asi que esa es la insana hora en la que me enfrento a lo que sucedió ayer en el mundo, café doble y pincho mediante.


A las nueve empiezo el pedaleo.  El café no me ha hecho efecto y me pierdo dos veces antes de salir de Markina. "Perderse antes de salir" es el resumen de muchas vidas.  La desagradable sensación que me transmiten las muñecas, hechas fosfatina, no ayuda a mejorar mi percepción del día. Anoto como buena la canción de Beak, Mono, otra señal más de la tensión mental en la que estoy instalado en estos momentos.

Cuesta poco preguntar y sirve para conocer gente, pero no quiero conocer gente, al menos en este viaje.  Pero la evidencia de que, si no lo hago, estaré todo el día dando vueltas en un bucle infinito, me obliga a hacerlo.  La Guardia Civil suele ser parca en palabras y clara con sus indicaciones, así que les escojo a ellos.  Al cabo de media hora llego a Bolíbar (Bolivar, según algunos), un coqueto pueblecito de donde eran los antepasados (muy antepasados, como cinco o seis generaciones) de Simón Bolívar, el libertador de América.

Las baterías de la cámara están a cero y las de repuesto no funcionan.  Puedo ir por el mundo sin muñecas, pero no sin cámara, así que decido visitar un museo dedicado a Bolívar mientras enchufo el cargador de la cámara.  El museo dedica una planta a exponer objetos relacionados con el libertador, otra a explicar como era la vida en la edad media en la comarca y la tercera, la más interesante, en la que se hace un recorrido biográfico sobre Bolívar y sobre el proceso de independencia en Sudamérica.  A los amantes de las batallitas, los mapas con flechitas de colorines y las maquetas, el museo les gustará.


Al salir de Bolívar, me desvío de la carretera, para subir a la colegiata de Ziortza, un complejo religioso único en Euskadi.  La leyenda cuena que un águila, que portaba una calavera entre sus garras, la dejó caer en el alto de una colina.  Eso  fue interpretado como una señal de que allí había que construir una iglesia (los inescrutables mecanismos de la mente humana). 

Durante la subida me cruzo con Anna y Freda.  Vienen de Brighton y de Irlanda y son un alegre motivo para romper el encierro en mi mismo.


A estas alturas, con el cerebro bien oxigenado desde hace un buen rato, la perspectiva sobre el día ha cambiado radicalmente.  Tengo que reconocer que, la mayor parte del tiempo, no respiro correctamente, lo que afecta (sin duda) al funcionamiento de mi mente.  Al llegar a casa, libre ya de tabaco, tengo que volver a trabajar los ejercicios de respiración.  Sumido en estos pensamientos, llego a Ziortza. La iglesia data del siglo XV...



Cuenta con un bonito claustro, aceptablemente conservado.


Y, oh, sorpresa, está abierta como debieran estar todas las iglesias ("Girar y empujar"), si la gente supiera respetar.


El altar mayor, de estilo plateresco, data también del siglo XV.  Más de quinientos años nos contemplan.


La iglesia cuenta con dos órganos en perfecto estado de conservación y uso.


El problema que conllevaba subir hasta aqui es que el camino que sigue va por en medio del bosque.  Muy bucólico, pero impracticable para la bicicleta.  Freda y Anna siguen y el plan "chicas y barro", muy sugerente en principio, se rompe por la presencia de la montura.  Por un momento pienso en ponerle los cuernos (esta vez en sentido figurado), pero no tengo calzado adecuado para seguir a pie, con lo que me toca volver hasta Bolívar e iniciar el ascenso al alto de Gorontzugarai.  Son 400 metros de desnivel que le parecieron el Alpe d´Huez a mis muñecas.  A lo lejos queda la colegiata de Ziortza que, como se puede apreciar, está en un paraje hermosísimo.


Superado el alto, empieza el descenso que es una delicia para todo el mundo menos para mis manos.  Decido tirar de doping para que dejen de intentar estropear el momento y me casco dos tramadoles.  En Munitibar decido comer algo y aprovechar que ha salido el sol.  A la terracita van llegando, poco a poco la mayoría de caminantes con los que coincidí en el albergue, haciendo bueno el dicho que reza que, la mayoría de las veces, lo importante no es llegar a la meta, si no lo que sucede mientras llegas.

Invertimos una horita en contar historias de Tailandia y su comida picante, de dos chicas haciendo auto-stop por el mundo y de un cura que no encuetra la salvación...


La bajada hacia Gernika es una delicia envuelta en verde. Gun Shy, de Grizzly Bear me obliga a sacar la libretita y anotarla en "Para guardar".  Le pega al día como anillo al dedo.


En Gerrikaitz me detengo a rodear la Iglesia de Santa María, que también está cerrada.  Me fijo en que hay muchas puertas en los pueblos con el eguzkilore, la flor de cardo secada. La tradición cuenta que la creó Amalur, la madre tierra, para que los espíritus de la noche pensaran que era el sol, al que temían, y protegiera así las casas que la colgaban en su puerta.


Todo esto me lo contaron en la herriko taberna de Zarra donde, además de instruirme, no me quisieron cobrar la jarrita de clara.  Saludar y dar las gracias en euskera tiene sus efectos, se ve, muchas gracias, majas!.


Llego a Gernika a las cuatro de la tarde, la callejeo toda y veo que tengo dos oportunidades comerciales, pero aún no han abierto, así que aprovecho para hacer turismo.  Gernika es una ciudad cargada de un enorme simbolismo desde que fue bombardeada por la aviación franquista durante la Guerra Civil.


Sigo sin ser capaz de emocionarme con la escultura, por muchas vueltas que le de.  En una farmacia me aprovisiono de vendas elásticas y radiosalil para las muñecas, tiritas para los tobillos y el tendón de aquiles y aciclovir para los labios, se ve que entre el sol y una incorrecta hidratación intenta brotarme un herpes tamaño familiar...


La visita al antiguo roble de Gernika, otra cruz que tacho de mi lista de pendientes vitales.  Desde que leí "El otro árbol de Gernika" de Luis de Castresana, hará como casi 30 años, quería tocar el roble que inspiró esa joya de la literatura.


El roble de Gernika viene a ser para los vascos el símbolo de la libertad.  Como el original no gozaba de muy buena salud, plantaron otro.  A roble muerto, roble puesto, la vida continúa.


También el paso por el Salón de Juntas es obligado.


Mi diana era perfecta y el tipo era dueño de dos tiendas y hacemos algo de negocio.  Cuando termino son las siete y decido pedalear 10 kilómetros más para terminar la etapa en alto y que el inicio de la próxima no sea tan pesado.  Nada más salir de Gernika empieza a llover con bastante intensidad, pero es el final de la jornada y no me preocupa pasar una hora bajo la lluvia.

Al coronar el Alto de Pozueta intuyo que las manos están al final de los brazos porque las veo, pero hace rato que he dejado de sentirlas.  La temperatura ha caído bastante y hace fresquito.  Llamo al albergue y el tipo me indica que debo seguir aún 3 kilómetros más, monte arriba, por una pista asfaltada.  Me empieza a flotar el cuento de Hansel y Gretel en la cabeza.


Lo que parecía un escenario de la Tierra Media se transforma en uno de Mordor.  La lluvia y el frío se aguantan bien una horita, pero dos...


Finalmente, aparece el albergue en la ruta.  Estamos cuatro, contando al dueño.  Me sopla 10 euros (más) por una (imprescindible) cena bastante justita y se desvanece, alegando una indisposición.  A las diez estoy sólo en el comedor en medio de un silencio que sólo rompe el sonido de la lluvia contra el tejado. Le mando a un amigo una localización con el guasap, mitad en coña, mitad precaución.  Si me convierte en picadillo para los cerdos, nadie me buscaría aqui.  Si, si, tú ríete...


Comparto habitación con dos y hay uno que haría podio en el Campeonato Mundial de Ronquidos.  Pero para eso tengo remedio, tres puntos adicionales de volumen.  La segunda canción que suena es Through the darkest rain de Northern Territories.  Ya no sé si empieza a ser una obsesión mía lo de la lluvia en la música o es que realmente hay muchas canciones que hablen de ella.  Cuando llegue a casa lo miro con calma...

Hoy gasté 32 €.  En total llevo 258.
Tramadoles en el día: 6, alegría, alegría.  Diclofenaco: 4 uds.  Lexatín: El de buenas noches.

No hay comentarios: